Si mis hijas supieran de nuestra amistad no me creerían. Pensarían que estoy loca, que he perdido la cabeza, lo que agravaría su insistencia y las ganas de ponerme a una mujer en casa.
Ya sabes las veces que hemos hablado de lo de tener a una extraña tocando nuestras cosas, invadiendo nuestro espacio, revolviendo cajones y estantes, perturbando nuestro silencio. ¡Que pesados con que la compañía me hará bien!
Yo no les pido acompañamiento y si lo hiciera les demandaría el suyo.
Es porque sienten miedo, les asusta que pueda pasarme algo. Me llaman a diario, están empeñadas en llevarme al médico, no me creen cuando les digo que todo sigue igual, que tomo mis pastillas y que no me duele nada.
Sé que fue María, la vecina, quien les dijo que me vio salir a la compra en camisón, que no la saludé al pasar por su lado y que dejé la puerta de casa abierta pero, ¿es que nadie tiene un despiste? ¿Nadie contiene demasiado en la cabeza que olvida ponerse un pantalón y una camisa?
No la culpo, no es mala gente. Su defecto es estar pendiente de la vida de los demás. Pobrecita, viuda desde los 30 años, sin hijos, su única hermana vive a 200km de distancia y su mayor entretenimiento, una gata persa, falleció el año pasado. Un día te la presentaré, además cocina unos bizcochos estupendos. Eso sí, tendrás que rajar con ella más de lo que lo haces conmigo, pues querrá saberlo todo de ti.
Ya sé que eres más de escuchar.
Sabes que cuando te vi la primera vez no entendí cómo ni dónde nos habíamos conocido y eso me inquietó, como también lo hizo que te contase y tú no me dijeras nada, tan sólo un ligero asentimiento, esos ojos de comprensión y alguna mueca de desconcierto. Pero ahora, decides no venir y echo de menos nuestras conversaciones. ¡Somos tan parecidas! No te lo he dicho pero me recuerdas a alguien.
¡¡Riinngg!! ¡¡Riinngg!!
-Lucía, soy Inés. Está mañana he ido a ver a mamá, no te preocupes se encuentra perfectamente es sólo que... Bueno, estaba sentada a los pies de su cama frente al espejo. Creía que había alguien con ella, la escuchaba hablar, reirse... Lucía ¡no había nadie! Dialogaba con su reflejo, ¡No se reconoce!
Tengo la casa, como se dice coloquialmente, "manga por hombro" pero las ganas de arreglarla no me acompañan.
Tengo unos cuadros horrorosos. Son los espacios de una casa con sus nombres. No los limpio porque no me gustan.
Tengo una mujer que me cambia las cosas de sitio, que me hace unas comidas de hospital insanas y me riñe a la menor escusa. Aunque lo hace a buenas, yo me enfado y ella llora, no lo disimula. No comprendo por qué viene si ya lo hace mi hija.
Tengo una cubertería horrible, los tenedores no pinchan, los cuchillos no cortan… Imagino que lo hacen por mis nietos, para que no se lastimen si se rompen.
Tengo un teléfono con unas teclas gigantes que uso desde que tú no estás.
Tengo una fotografía de cuerpo entero en mi habitación. He de reconocer que me gusta, porque a pesar de los años sigo conservando esos rasgos morenos y castizos del sur, esos ojos verdes y labios carnosos, ¡como esa chica que viene a limpiar!
Tengo un solo baño porque un día alguien dijo: -Mamá un aseo es suficiente.
Hay un enorme póster encima del lavabo que tiene escrito: ¡Te queremos mamá! Es raro pero bonito.
Lo que ya no tengo es tu compañía. No quieres compartir tu soledad y permites que yo me quede con la mía, aunque he de confesarte que apenas me acuerdo porque lo que tengo, dice mi nieta, son amigos.
Hombres y mujeres que van cada mañana a aprender.
Y digo bien pues aprendemos de la calidad del ser humano, de la paciencia, la constancia y el cariño que puede dar, aprendemos a no perder la sonrisa…
Aprendemos gracias a la gran labor que desempeña el equipo de trabajo del Centro de día o, de la escuela que es como le digo.
Estos profesionales saben que sus ejercicios, sus terapias, sus juegos, bailes y canciones nos ayudan a ralentizar el proceso de este mal, cada vez más diagnosticado, llamado Alzheimer, pero ignoran que el amor con que lo hacen nos toca el corazón y calienta nuestras memorias impidiendo que lo que fuimos y somos caiga en el olvido.
¡¡Riinngg!! ¡¡Riinngg!!
- Quería contarte que hoy mamá, al salir del Centro, me ha pedido perdón por las veces que se molesta conmigo.
¡No me ha olvidado!