Todo empezó cuando un día me comunicaron mi ERTE como conductor, el 16 de marzo. ¿Y qué hago ahora fue la pregunta? Tras 5 años como camarero y dos años como conductor, nada había claro. Entonces empecé a buscar trabajo y vi que, en el sector sociosanitario sobre todo de residencias, la llamada fue desesperada.

Eran días duros en nuestro país, cada ‘resistiré’ que se cantaba a las 20 h iba acompañado de telediarios con fallecidos de casi mil personas diarias en España.

Entonces, a pesar de mi situación me dije ¿me voy a acobardar? ¿no voy a hacer nada?

Y de repente me vino una idea, hacer un curso rápido de internet de 20 h para ser cuidador, de los gratuitos, la verdad fue un curso casi digamos “express”.

 

Inmediatamente me atreví a solicitar puestos de Gerocultor que le llaman (cuidadores de ancianos). Y supongo que Dios ató los hilos y me llamaron para la Residencia 1: “¿Qué experiencia tienes?’’,  “ninguna, solo tengo un curso rápido-express” fue mi respuesta. Entonces el Consultor de RRHH me dijo: “Si hay ganas, es lo importante”, y le dije ganas todas.

Así que empecé a trabajar en la Residencia 1. Había poco personal, mucho dado de baja, y comencé a atender a 7 ancianos con sus habitaciones correspondientes. Desde un punto de vista humano-material supongo que cualquiera hubiese salido corriendo, pero me vino el pensamiento siempre de cuando Jesús lavaba los pies.

 

Fue entonces cuando conocí a Agustina, una pequeña anciana supersimpática que me decía siempre “bonito”, ella delgadita que corría por los pasillos cuando los cuidadores no nos dábamos cuenta a darse una vuelta, luego te decía: “no sé volver”, entonces la cogía de la mano y regresábamos a su habitación, donde cuando ella ya llegaba te echaba una sonrisa pues estaba segura allí. Así hacía 3 o 4 veces en mi turno.

Un día me dicen: “atiende a Josefina”, persona que pesaba lo suyo una verdadera mole para mover. De primeras me dejaron solo, hasta que dije a otros: “Yo solo no puedo moverla” y siempre entre dos o tres la atendíamos. Parecía que no hablaba, que no articulaba un gesto, absolutamente nada. Pero mi sorpresa fue que, al tercer o cuarto día, hablaba, te oía, te entendía y te cogía la mano.

 

Fueron días duros, los compañeros me contaron que lo que se vivía allí no era normal. Todo el mundo en su habitación sin poder salir, desayunos, comidas, zumos, todo.

Cuanta tristeza, cuantas caras sin poder ver a sus familiares, sin poder salir de su habitación.

Muchas veces había personal que, supongo estresado por la situación, se limitaba a cumplir su turno sin el menor cariño. Un día tuve una disputa con una compañera ya que pretendía forzar a una anciana a comer con malas formas. Nunca he entendido que haya gente que trabaje sin el menor cariño o empatía hacia esas personas, pero la defendí y no me importó.

 

A la siguiente semana me vi en la zona Roja, Covid-19, de la residencia que además eran los enfermos de Alzheimer. Aquello ya si era una verdadera locura. No tenían su propia ropa, era un desbarajuste desorganizativo, había bolsas enteras de ropa que llegaban y le ponían la primera prenda que encontraban los cuidadores.

Allí conocí a Carmen, la vestía, le daba de comer, era muy buena. Luego la pobre se escapaba. Pero siempre venía a mí, y aunque no pronunciaba una palabra, me daba la mano para que la llevara a su habitación. Y así una y otra y 10 veces más. Las que hiciera falta, en mi turno de 7 horas.

Luego Sergio, también se daba unas pocas vueltas en el recinto cerrado sin parar.

Había una fumadora que le tenían permitido fumar un cigarro después del desayuno y en la comida. A veces fumaba con ella algún cigarro. Me tenía mucho aprecio. Me decía que sus hijas le traían el tabaco. A veces se lo daban a la pobre y otras no.

 

Cada día le pedía a Dios que me diera fortaleza para ir a trabajar a estos sitios. Si no ¿quién iría? Las residencias estaban muy necesitadas de personal, y sino la atención a estas personas podría ser peor. Me auto animaba yo solo.

 

Mari Jose siempre me decía que ella nunca debería haber estado allí, “que se iba con su hermana”. Que ilusión le hizo cuando le llevaron un estuche de pinturas, a ella que le gustaba dibujar, parece que se le iluminó la cara.

También recuerdo cuando a Nieves le llevé el teléfono y de repente se cortó la llamada de su hija. Empezó a llorar. Casi lo hago yo también. Imposible de recuperar. Que desilusión.

 

De repente por una controversia sobre la rotación en la zona roja con la encargada, me vi de patitas en la calle otra vez. Pero Dios es grande, y enseguida empecé a trabajar en la Residencia 2, una residencia de religiosas.

En principio, aunque soy cristiano, nunca había trabajado con religiosas. La verdad ha sido una gran experiencia. La Comunidad Autónoma intervino esta residencia y fue cuando entramos un grupo de trabajadores.

 

Allí conocí a Ramón, a Manuel, a Gaspar, Epifanio…

Lo de Epifanio era total, le llamaba el campeón del andador con 94 años, la verdad que el más ligero de todos, supergracioso, bromista. Siempre se echaba su colonia para ir a desayunar.

La situación ya cambió, les abrieron el comedor, podían salir al patio. De repente me di cuenta de que parecía que la “Primavera” se abría paso por fin en las residencias, todo volvía a ser un poco más humano.

Ramón siempre pensando cuando vendría su hermana, lloraba. Yo trataba de explicarles a ellos la situación que vivíamos y porque sus familiares no venían y se tranquilizaban. Que ilusión le hizo cuando le hicieron llegar unos zapatos que su hermana le había regalado, lloraba. Luego siempre nos decía a Jose María mi compañero y a mi “Este es muy bueno”. Era respondón a veces y en momentos con mal carácter, yo le decía “Tú seguro fuiste jefe” y me decía que sí.

Manuel también era genial, me contaba que era de Marchena (Sevilla), siempre me contaba lo mismo, y yo le escuchaba, luego empezábamos a hablar de Andalucía y de los maravillosos pueblos que había allí hasta que llegábamos a Cádiz. No dejábamos un pueblo sin cabeza. Tantas y tantas historias.

 

Y qué decir de las religiosas que atendían la residencia, yo lo calificaría de una verdadera historia de amor, las pobres desbordadas con esta situación, algunas de ellas ya muy mayores por la falta de vocacion, nos agradecían todo el tiempo nuestra ayuda.

El último día que acabó nuestra intervención nos dieron dos jarras de chocolate, una bandeja de bizcochos y un llavero del Sagrado Corazón. Yo siempre os llevaré en mi corazón también a todas vosotras, a mis ancianitos y a tantas historias de amor como he visto en estas dos residencias.

 

Por mucho que quisiera describir lo que he vivido en este tiempo de pandemia, creo no habría libros para describir todo.