Mi nombre es Mercedes y en la foto me acompañan mi hermana Teresa y mi madre Josefa.
Somos mujeres que vemos pasar nuestros más tiernos años de niñez dedicados al cuidado y entrega de los demás.
Sin entender exactamente la razón, conectamos de una manera especial con las demás personas, sintiendo casi como si nos metiésemos en su piel, sintiendo sus emociones como si fueran nuestras también, llevándonos a comprometernos con ayudar a la otra persona al 100%.
Primero nos volcamos con el cuidado a nuestras familias, cuando crecemos, lo hacemos con nuestras parejas y también con nuestros hijos/as, conocidos/as, compañeros/as, amigos/as; en un largo e interminable listado de personas, animales y causas por las que colaborar. Nos volcamos e involucramos sin otra causa más importante que sentir profundamente y ser humanos/as en un mundo que parece convertirse en insensible, sin sentido y perdiendo lo más importante que sólo las personas nos podemos dar.
En ese largo recorrido de cuidados hacia los demás, he ido dando mis pasos junto a mi madre y hermana pequeña, ambas también entregadas, volcadas, cargadas de generosidad y humanidad.
Cuidadoras de los demás, olvidamos lo más importante y es que no por ser mujeres, ni por ser tan entregadas a las demás personas, de nosotras nos podemos olvidar.
Es así, cuidamos de todos y todas y nos olvidamos de cuidarnos a nosotras. Siendo tan importante el autocuidado como el cuidar de los demás, pues es imposible estar bien y poder ayudar, si no estamos bien para contagiar a los demás.
Finalmente nos enfermamos, sin darnos cuenta por querernos tan poco, por ir buscando en los demás la aprobación y el reconocimiento a tanta entrega, esperando el respeto que merecemos por tanto sacrificio y lo que finalmente obtenemos a cambio, es lamentablemente en muchas ocasiones, desprecio y malos tratos.
Aprendí en este camino, de la mano de mi hermana Teresa, que no se obtiene el respeto por exigirlo o pedirlo, sino por dárselo una misma, el que se huele y respira, produciendo un efecto contagio que genera en los demás, la realidad de nuestro deseo soñado de respeto, amor, reconocimiento y mucho más.
Casi pierdo la vida, por un dolor lumbar que diagnosticaban como lumbago. Durante meses acudiendo a urgencias, médico de cabecera no se les ocurría hacerme ninguna prueba más.
Gracias a mis padres que me llevaron a urgencias aquel día y al buen equipo médico que me atendió, me remitieron al hospital donde me ingresaron por una pancreatitis, una subida muy importante de bilirrubina y otras causas que casi me cuestan la vida.
Hoy estoy aquí gracias a una acertada ayuda por mis padres, a un buen equipo médico y al apoyo y cariño de mis familiares, personas más queridas y cercanas.
Quedé en deuda con la vida que me daba la oportunidad de ganar el lugar que ni yo misma me daba. Comprendí que cuidar a los demás esta muy bien, pero que siendo mujer nos debemos cuidar mucho más; pues a veces, entre más hacemos, da la impresión que no hemos hecho nada y es que es casi imposible, conseguir agradar a los demás y menos vivir escuchando a todos/as sin escuchar nuestras propias necesidades.
En este camino de crecimiento al que me llevó mi enfermedad, tuve especiales cuidados de mis padres, que me acompañaron en el camino; el apoyo y consejos de mi hermana, la compañía y seguimiento de mi pareja, hijos y algunas amigas. Sin embargo, como me dice mi hermana, a quien más tengo que agradecer es a mí misma. Me cuidaron los demás, pero todo hubiera sido inútil si no cuido yo también de mí.
Por eso somos mujeres, cuidadoras de los demás y cuidadoras nuestras también; que es tan importante e imprescindible como cuidar de los demás.
Con estas palabras, quiero dar mi inmenso agradecimiento a quien me ha enseñado a ver la vida desde dentro de mí y no desde fuera para y por los demás.
Estoy viva, y ya es un gran milagro que cada día quiero aprovechar, pues merece la pena mirar y escuchar nuestra propia realidad.
Somos Mujeres, cuidadoras y es importante recordar auto cuidarse cada día un poco más.