Soy cuidador, no soy enfermo de alzhéimer, soy víctima también.

 

Tú, maldita enfermedad, te has instalado para siempre de una forma cómoda, traicionera y cobarde en mi ser más querido, sin que nada ni nadie sea capaz de pararte.

Un sinfín de interrogantes se manifiestan frente a los deseos de comprender cuándo, cómo y porqué.

No me permites que el duelo sea capaz de olvidar mi dolor, de dejar de ver el deterioro.

Esas batallas del día y la noche no las puedes ganar.

Sientes tu derrota cuando le hago frente, cuando doy lo que no puedo gritar.

El amor y el cariño que recibe mi mujer no tiene límites.

Esa guerra es mía, aunque tu maldad es tan grande que me atacas a través de ella. Te apoderas de su cuerpo y de su mente para mostrar tu violencia cobarde contra mí, intentando ofenderme mediante tus palabras que pones en su boca. Tus gestos, tus desprecios, tu ira… no me pueden.

Mi mujer seguirá paseando a mi lado, cogidos de la mano, maquillada, aseada, elegante… para que todo el mundo pueda contemplar que no eres invencible.

Ella olvidará quién es y yo le haré recordar.

Ella olvidará quién soy y yo le haré recordar.

Ella olvidará su vida y yo le haré recordar.

Tú, maldito Alzheimer, no ganarás nunca, la batalla final es mía porque en tu encrucijada, ella es y será feliz a mi lado hasta el ultimo día de su vida y la mía.