Por mi cabeza pasaba una tormenta de pensamientos, ya no podía seguir tejiendo conjeturas.
Ella estaba perdida en su mundo, yo me desesperaba por seguirla, tratando de alcanzar puertos más tranquilos. Habíamos atravesado ya décadas sosteniendo una relación difícil, complicada… ella, mi madre, bipolar, y todo lo que la patología trae consigo. Pero durante los últimos tres años, había notado notorias diferencias en su modo de actuar. Volvimos a pasar por los psiquiatras, por los neurólogos… solo para obtener las mismas respuestas: "No es nada nuevo, son simples variaciones del carácter de su bipolaridad." Por más que yo insistiera en que había estado investigando por mi cuenta, y que todo apuntaba a algún tipo de demencia, para los profesionales, mis conjeturas eran apenas eso. Conjeturas.
Cinco de marzo de 2018. Se cumplían 28 años de la muerte de mi padre. Al día siguiente, también, era el aniversario del fallecimiento de mi abuela materna, la madre de mi madre. Yo ignoraba, por entonces, que también habría de morir el más joven de mis tíos, el hermano menor de mamá (llevaba ya tres meses internado, su enfermedad había actuado como disparador de una serie de conductas irracionales en ella. Estoy francamente convencida de que fue entonces cuando esta enfermedad la acometió definitivamente…). Hacia el atardecer del día anterior, se encerró en su dormitorio e impidió que cualquiera entrara. Tenía la mirada extraña. Perdida, sin rabia, sin tristeza. Dicen que los ojos son la ventana del alma, pero lo que se veía era un vidrio empañado, imposible mirar más allá, más adentro. Si me hubiera sido posible hacerlo, tampoco habría creído en lo que estaba por venir.
Veinte minutos para las nueve. Insistí en que abriera la puerta de su dormitorio, necesitaba ver que estuviera bien. Sabía que estaba despierta, la escuché levantarse. Decidí abrir el pequeño kiosco que tengo en el frente de la casa. Mientras lo hacía, aparece ella… en remera de mangas cortas y cancanes de invierno con las piernas cortadas a tijeretazos. Dijo que quería irse de casa porque yo quería asesinarla. Por supuesto, yo no podía dejarla salir a la calle con semejante grado de confusión mental, vestida así… en una fría mañana lluviosa. Pude subirla a la camioneta. Apelando a engaños, conseguí acercarla a una clínica psiquiátrica para que la evaluaran. La dejaron internada. Después de unos días, la derivaron a un sanatorio. Tenía dos procesos infecciosos, que podían ser la causa de su estado confusional, según me dijeron. Habría que esperar la evolución de las infecciones para comprobar si su demencia se debía a razones orgánicas, o bien si había algo más.
Así comenzó todo. Mi vida cambió en un instante.
Ya han pasado diecisiete meses desde aquel cinco de marzo. Hoy el diagnóstico es firme, está confirmado: demencia mixta (Alzheimer frontal y demencia vascular).
Los primeros meses fueron los más difíciles. Sentía que debía luchar contra todo, contra mi madre, contra mí misma. Era nadar contra la corriente todo el tiempo. Intentaba hacerla razonar, lo cual era ya fácticamente imposible. La oscuridad, el desvarío y la confusión eran los rasgos de su nueva vida. Por más que yo luchara a brazo partido, no había modo de que ella pudiera mejorar, ni siquiera un poquito.
Ella vivía en la oscuridad de un olvido constante y confuso. Yo ya no era su hija. Era su madre, o su hermana, o su vecina, o su empleada… ¡Yo quería solamente tener conmigo a mi mamá unos instantes más! Por muy conflictiva que hubiera sido nuestra relación, yo la seguía necesitando. Entendí que era ella quien ahora me necesitaba a mí con todas sus fuerzas. Mi MAMÁ, así con letras mayúsculas, que fue la mujer más fuerte, más luchadora, más trabajadora, más bondadosa que haya conocido. Lo había dado todo. Hoy en día, me sobran los dedos de una mano para contar a quienes están dispuestos a devolverle a ella su esfuerzo, su cariño. A retribuirle por todo lo que supo dar.
Quizás el Alzheimer tenga cierto raro efecto contagioso… como si de golpe, todos los que formaron parte de la vida de mi madre también la olvidaran. Es una enfermedad triste, solitaria. Es la pendiente del olvido. Todos creen que solo el enfermo olvida, pero el olvido que más duele es el de aquellos que supieron rodearla en tiempos más gratos.
Con todos sus contratiempos, el Alzheimer trajo aparejadas algunas pocas cosas muy buenas. Momentos de amor, de carcajadas, de travesuras. Y esos otros momentos que son los que uno más desea, el instante en que te miran a los ojos y te reconocen por un instante, y te dicen "Te amo", y el pecho se te infla… esa emoción no sabe de precios, cascadas de lágrimas corren por las mejillas, en esa loca mixtura de amor y de pesar. Yo también te amo, mamá. No sabes cuánto le agradezco a Dios que, entre tanto dolor, nos haya permitido experimentar estas vivencias juntas. Te amo, mamá-hija, te amo aunque la mayor parte del tiempo no recuerdes quién soy. Porque yo sí sé quién sos vos, y siempre estaré a tu lado. Dios me dio la chance de devolverte con amor, paciencia y atención, al menos un poquito de todo lo que vos me diste.
Que quien lea estas líneas no olvide jamás que los cuidadores somos un faro en esa densa oscuridad en la que se encuentran inmersos nuestros enfermos, somos el manantial de agua en ese árido desierto, somos la brújula que los guía en este, el último tramo de sus vidas. Solo contamos con el amor y la paciencia, dos recursos indispensables para transitar esta etapa. Debemos tratar a nuestros enfermos como nosotros quisiéramos ser tratados, si es que alguna vez nos tocara ocupar su lugar.
Yo soy la cuidadora de mi madre, veinticuatro horas al día. Nos ayuda Karina (un ángel que Dios envió a nuestras vidas) durante las mañanas. Nuestra meta es conseguir que mamá pueda disfrutar al máximo de su día a día. Le preparamos sus comidas favoritas, le hacemos cantar, y la impulsamos a que lleve a cabo las actividades que aún están a su alcance, dentro de sus capacidades presentes.
El Alzheimer transforma a quienes lo padecen en algo así como un bebé adulto que no cuenta con capacidad de aprendizaje en razón de la pérdida de la memoria de corto plazo. Es necesario estar pendiente de ellos todo el tiempo, la desatención los puede convertir hasta en un peligro para si mismos. Y, sin dudas, lo más importante es brindarles mucho cariño, muchos abrazos, porque ellos sienten el amor.