Desde siempre he cuidado y dado lo mejor de mí a los demás.
Empecé cuidando a mis cuatro hijos, compaginándolo siempre con mi trabajo y una vida rural. No fue fácil, pero todos han salido adelante.
Más tarde, me tocó cuidar de mis suegros, ya mayores y ambos enfermos.
Desde hace tres años me dedico a cuidar a mi padre, es una persona dependiente, que necesita ayuda para sus tareas más básicas, como aseo, alimentación, etc.
Cuidar no sólo es asistir a la persona para que no le falte todo aquello que necesitamos, limpieza, comida, compañía…cuidar, es un acto de amor, la expresión de un afecto que trasciende el tiempo y que va más allá de la pasión.
Me siento reconfortada y feliz cada vez que hablo con mi padre y nos reímos comentando anécdotas de mi nieta, cada vez que lo miro y veo que a pesar de la enfermedad, su vida no está siendo un tormento, sino que le aporta satisfacciones, y él me aporta a mi y a mi familia conversación y experiencia. Es difícil explicar lo que como cuidadora, además de hija siento al verlo sonreír, interactuar y participar de la vida familiar, a pesar de sus dificultades.
Para mi ha sido un ejercicio de paciencia y buen humor, no siempre llevadero, porque, para qué negarlo, cuidar a una persona dependiente en el ocaso de su vida, apareja renuncias y una gran sobrecarga de trabajo, a sumar al que ya de por sí realizo como cuidadora de forma profesional en una asociación de lesionados medulares, aún así, es grato y reconfortante ver cómo las personas más débiles y vulnerables, como en este caso, mi padre, mejoran y hacen más llevadera su vida, gracias a personas como nosotros, los cuidadores.
En una sociedad como la nuestra, donde la juventud y la perfección física son los valores pujantes, es complicado mostrar a los demás, yo lo tengo claro porque lo veo todos los días, lo valiosa que es la experiencia y la entereza de las personas mayores, y la belleza que se observa en los pequeños gestos, en una sonrisa o en un beso. He dedicado mi vida al cuidado, y es ahora, ya entrada en años, cuando veo, no sin orgullo, lo valioso que es y ha sido mi trabajo, tanto para la familia como para el conjunto de la sociedad.