Me llamo Mari Luz, y desde hace 11 años me dedico solamente al cuidado de mi padre.

 

Para contaros mi historia debo empezar por el principio. Tenía yo 11 años cuando mi madre murió, enferma desde siempre. Mi padre se quedó viudo con 40 años y 4 hijos, de 12 a 6 años y una gran depresión que nunca fue tratada, supongo que porque no era normal en esa época, y que arrastra desde entonces.

 

Cuando se jubiló, con sus hijos ya mayores, se fue a su pueblo, que era lo que siempre había querido. Toda la familia me dijo que, por qué lo dejaba irse solo. Les dije que cuando se sintiese solo o enfermo, regresaría a casa.

 

Cuando en 2004 le descubrieron un cáncer de colon, por su depresión, que siempre le hacía ver “el vaso medio vacío”, pensó que su vida había terminado. Pero gracias a Dios y a sus médicos, lograron cogerlo a tiempo y lo superó. Durante su recuperación fueron apareciendo otras enfermedades y con ellas, una que es la peor, su demencia.

 

En un principio el aparcar mi vida era por un par de años, para ayudar en su recuperación, esa que nunca llegará. Yo estaba preparada para cuidarle todo lo que hiciera falta. Hubo personas que me dijeron que sería muy duro, pero es mi padre, sería llevable. Sin embargo, nunca me preparé para dejar de hablar con él, y eso sí es duro. Solía consultarle todo, contarle mis cosas, lo que haríamos mañana, etc. Hoy no existe ese mañana, solo puedo pensar en cómo se levantará y planificar el día según su estado, tanto físico como anímico.

 

A pesar que me dijeron que era un proceso degenerativo, nadie me dijo que pasaría de la noche a la mañana, como así sucedió.

 

Hace 6 meses mi vida cambió radicalmente. Él se levantó regular, lo llevé al médico y me dijo que todo estaba bien. De regreso a casa no sé qué pasó, pero mi padre, bueno, la cabeza de mi padre se quedó por el camino. No me conocía, no sabía quién era, no me dejaba estar a su lado ni que me acercara. Quería que volviese su hija y por más que yo le decía “papá, mira soy yo, tu hija”, él me miraba, pero no sé a quién veía.

 

Durante un mes estuve llamando a urgencias y cuando venían me decían que era normal. No recuerdo cuántos médicos pasaron, diciéndome que tenía que tener paciencia pero nada más. Llegué a pensar que a nadie le importaba las personas de cierta edad. Pensé que nadie ayudaba a mi padre por ser mayor. Pero al final encontré gente que lo hizo

 

Por suerte, apareció una doctora, que vio lo que sucedía y me dijo que lo que le pasaba no era normal, que lo llevaría al hospital y se le harían pruebas. Gracias a Dios había alguien que me iba a ayudar, que le preocupaba mi padre y que, al igual que a mí, no le importaba que fuese mayor, como yo había pensado.

 

Después de tres días en el hospital le trasladaron a un centro de recuperación donde apareció un médico al que siempre estaré agradecida. Me dijo: “no se preocupe, lo vamos a solucionar”. Después de hacerle pruebas me dijo que le habían dado varios microinfartos cerebrales y que le habían dañado su cerebro.

 

Después de 23 días en el hospital, con una medicación adecuada, mi padre sigue divagando, pero yo le he recuperado. Sabe que le quiero, que siempre estaré ahí para él y, lo más importante para mí, sabe que soy su hija, me conoce y hoy por hoy, es lo único importante.

 

No importa que su cabeza de vez en cuando siga marchándose de paseo, no importan sus enfermedades. No puedo llevarle la contraria, no puedo contarle nada, ya que si no le gusta se enfada y se pone muy nervioso. He aprendido a dejarle hacer lo que quiera, a darle siempre la razón, siempre que no le perjudique, claro, pero sigue conmigo, me reconoce. ¿Qué más puedo pedir?.

 

Él ha olvidado todo lo que pasó en ese mes y cuando preguntaba, que por qué estaba en el hospital, le decía: “por sus piernas”…