La educación tiene como objetivo equiparnos para el futuro. Transfiere conocimientos, cultura y valores, contribuyendo a adquirir habilidades sociales y aprendiendo a ser autosuficientes.

 

Imparte conocimientos y herramientas que permiten a cada uno aprovechar al máximo sus habilidades y desarrollar sus talentos, y pretende formar y educar para que los individuos acepten su responsabilidad y la de sus compañeros.

 

Por ello, si de algo puedo estar orgullosa, a pesar de mi juventud, es de mi experiencia personal, académica y profesional. No es que me haya dedicado, todavía, en cuerpo y alma a mi verdadera vocación, ayudar a las personas en exclusión social o en riesgo de serlo/estarlo y a su desarrollo personal y social y a su autonomía, porque mi escasa edad me lo ha limitado, pero sí he podido realizar estudios y actividades que rellenan mi currículum profesional y académico, pero sobre todo personal. Y por ello, mi experiencia me ha podido dar, hasta ahora, lo que llevo buscando durante toda la vida.

 

He tenido varios contactos breves con el mundo del voluntariado, llenándome de experiencias y abriéndome el camino a mi dedicación a los demás, ya que el hecho de saber que los diferentes colectivos en exclusión social no tienen vidas fáciles y tu ayuda es necesaria para su desarrollo, me parece una labor fantástica el poder contribuir a ello. Pero siempre he priorizado el colectivo de menores. Tenía claro que quería aprender de un ámbito que todavía no tuviese experiencia, puesto que enriquecerme profesionalmente es una ambición que poseo. Existe un colectivo que me llamaba especialmente la atención desde el principio, las personas con autismo.

 

No comprendía muy bien su personalidad, sus acciones y sus pretensiones. Tenía una inmensa curiosidad en saber y aprender de ellos y a la vez sentía miedo, confusión y entusiasmo. Mis primeros acercamientos con esta comunidad fueros duros, pero mi espíritu de superación y mi fuerza de voluntad hicieron que tomara la mejor decisión. A medida que pasaba los meses con menores con autismo en un aula CYL de un colegio, iba desarrollando una serie de competencias y habilidades que mi interior guardaba sin saberlo.

 

La experiencia diaria con ellos hace que los conozcas y comprendas profundamente y sepas cómo actuar en cada momento para poder contribuir de manera adecuada a su desarrollo.

 

Nunca sabes cuándo llegará un momento profesional especial, pero sin duda el mío fue cuando me ofrecieron cuidar y atender socioeducativa y personalmente a un niño de cinco años con autismo.

 

Estuve cuatro años haciéndome cargo de él, cuando sus padres demandaban mi ayuda y todo lo que aprendí anteriormente pude trasladarlo a su cuidado, donde diariamente me ponía en contacto con el colegio y con los padres para poder trabajar con él de manera óptima, llegando a conseguir objetivos que, echando la vista atrás, parecían verse lejos de alcanzar.

 

Por todo ello, puedo decir que cada una de estas experiencias han contribuido a mi desarrollo personal, pero sobre todo profesional, pudiendo relacionarlas a su vez con el mundo de los cuidadores de personas dependientes.