En aquel tiempo, andaba de un lado a otro de la cubierta de aquel enorme barco...

Lleno de transeúntes rezando en dirección a la meca, cargados de sueños en forma de grandes paquetes con objeto de vender para el sustento familiar.

 

Pensaba nerviosa como la vería, conocía su carita por fotos, pero por fin iba a ver a mi ahijada, esa niña que llevaba mi nombre a pesar de no ser comprendido por muchos de los suyos.

 

Un camino difícil tras desembarcar, 1900 kilómetros de coche, pero aún faltaba lo peor, 400 kilómetros desierto a través hasta llegar al “bedía”, es el destierro, allá donde no existe nada más que tierra, sol, y lo poco que el ser humano pueda aportar, una jaima grande y otra pequeña donde cocinar, el hogar de mi familia política.

 

Una mañana ardiente de sol, vi a lo lejos acercarse un coche, su papá gritó que ya venías, corriendo solté mi libro, pues tras hacer el té, el pan, cuidar las cabras y recoger la jaima, solo me quedaba “el código da vinci”, me acerqué al coche y una mujer cubierta por su melfa más un turbante y gafas de sol, portaba un bebé envuelto en una sábana rosa, no pude hacer otra cosa que cogerla rápido en mis brazos y su papá inmortalizó el momento. Mi sobrina y ahijada era mas linda en vivo, su carita blanca me enamoró, sus ojos grandes avellanados, era preciosa.

 

Nada más entrar en la jaima, pude apreciar que algo no iba bien, por mi profesión acostumbras a analizar y no era lógico ese retraso madurativo con 8 meses, parecía un bebé de 3.


Mi suegra fue la primera en decir que la niña no estaba bien, constantemente sufría crisis de ausencias, ataques epilépticos, y no sostenía su cuerpo, me vi en la libertad de hablar con su papá, ya que su mamá negaba todo una y otra vez clamando a Allah.


Días llenos de incertidumbre, fiebres altísimas y llantos mudos sin fuerza, supliqué irnos de allí, temía por su vida y por fin, partimos de vuelta para llevarla a un hospital.


Allí, una comisión de pediatras cubanos tras reirse de mi por ver a una española ataviada con ropa típica saharaui, reconocieron a la niña y dieron el diagnóstico que yo suponía, parálisis cerebral, la frase de aquel doctor con su acento caribeño, aún retumba en mis oídos, “o la sacas de aquí, o se muere”.


Largo y corto fue el camino, duro y fácil resolver, demasiado difícil dejarla allí, pero, a pesar de las dificultades de los trámites burocráticos, con ayuda de grandes personas, en pocos meses volvimos y conseguimos el visado en la embajada.


En mayo de 2007 comencé mi andadura como madre de una niña con parálisis cerebral, con múltiples patologías asociadas como bronquitis crónica, epilepsia, desnutrición y el primer año y medio de vida sin tratamiento fisioterapéutico, con 23 años que contaba, no sabía si había cometido una locura o había hecho lo correcto, me daba igual, desde el primer día comencé a quererla.


Días, meses, años, viviendo por y para ella, sufriendo el abandono de amigos, familiares, el fatídico accidente de nuestra fisio y amiga Ana, que viniendo para casa se quedó en la carretera, e incluso mi propia pareja y su tito no aguantó el hecho de que ella me necesitara 24 horas, pero hoy, 12 años después somos un tándem único, inseparable, nos adoramos, nos amamos como madre e hija y daría mi vida por ella, hoy, tras 12 años, vi que perdí gran parte de mi juventud, entre hospitales, rehabilitaciones, logopedas, psicopedagogos y demás, pero, gané el tesoro más grande del mundo, una hija con los valores más hermosos que cualquiera pueda imaginar, pensábamos que no hablaría, y no hay quién la calle, decían que no sujetaría su cuerpo y se pone recta como una tabla, no sabíamos si andaría y aun luchamos porque sus piernas coordinen y de una vez su cabecita le mande una señal correcta para dar esos pasos.


No hemos estado solas en esta historia, grandes personas se subieron a nuestro tren, unas se bajaron en estaciones cercanas, otras permanecieron mucho tiempo, otras bajaron y volvieron a subir y otras, jamás abandonaron nuestro tren, como mi familia, mi actual pareja y amigos de verdad, mi pueblo Santaella, a todos y todas gracias por contribuir a que “nuestra morena” sea la morena de todos y todas vosotros y vosotras.

 

Este homenaje es para todos los profesionales, amigos y familiares que en algún momento han pasado por nuestra vida o siguen estando, no es para mi, pues fue mi elección y nadie me obligó, con lo cual me quedo con el mayor regalo, sus besos, su amor y sus caricias, que también es de todos. GRACIAS DE CORAZÓN.