Año 2014. Mi nombre es Horacio, y la vida, y mis 30 años de incansable labor de docente y enfermero.
Me dieron la oportunidad laboral más especial de mi profesión. Dirigir una Residencia Geriátrica. Aliseda es el lugar, un pueblo de unos 1500 habitantes, serrano, de las Sierras de San Pedro, en Cáceres. Valga la anécdota, pero vengo de un país lejano, pero paradójicamente cercano, en esencia. Nací en Buenos Aires y cuando era pequeño me encantaba escuchar las historias repetidas que con tanta pasión me contaban mis abuelos maternos. Impregnado de Historias de España crecí, de Galicia más precisamente, de pueblos gallegos, comidas típicas, de la gente, de su clima. En realidad nada es casualidad, yo creo que mi bisabuelo cuando zarpó desde Galicia, tuvo el sueño que todo migrante anhela, volver a su tierra y reencontrarse con los suyos, hasta inclusive con el faro que le vio partir.
Yo lo hice por él, y me encontré con una España que en definitiva también es parte de mi. Pero el antojo de la historia hizo que cuando por primera vez entré a la sala de usuarios no válidos de la residencia, dos ancianas, clavaran sus ojos sobre mi y me manifestaran con su mirada algo especial.
Les recuerdo con cariño, Ángeles y Aureliana. Poco tiempo había pasado de mi nombramiento como Director cuando una tarde, una historia fascinante, y a la vez increíble, llegaba a mis oídos a través de las dos ancianas. La historia de Tartesia. Recuerdo que estando sentado junto a ellas, centraron sus miradas en mis ojos y sin vacilamiento alguno relataron lo siguiente, lo cual transcribo en forma casi literal, poética y ordenada:
29 de febrero de 1920, Villa de Aliseda, tiempos difíciles, marcados mas por necesidades que por abundancia. Don Jenaro Vinagre solo quería extraer tierra para un tejar, cuando sintió que a la punta de su herramienta de labranza se oponía un elemento, un obstáculo. Con rudeza natural y empecinado en su labor logra extraer tal elemento, es decir, una vasija, seguida de cadenas y pulseras de oro. Extasiado por lo que estaba observando llamó rápidament a familiares condueños del tejar y obnubilados por el brillo de la riqueza y lo opaco de la pobreza comenzaron a extraer cubos de tierra mezclados con el tesoro. Un niño pequeño, de grandes ojos y de humilde ropaje, fue testigo fiel de tales acciones, a pesar de la orden de sus tíos de alejarse del lugar, el niño se quedó.
Las maniobras de excavación fueron evidentemente rudimentarias y sin guardar la técnica apropiada, con la consecuencia lógica de la destrucción parcial de algunas joyas. Aún así, y dominados por la torrentosa adrenalina que se instala en los cuerpos poseídos por la ambición, tanto Victoriano como Jesús acudieron a un platero para su inmediata venta. Toda historia tiene su fin y ésta la que tenía que tener. Enterado el Secretario del Ayuntamiento, se apersonó en el lugar con la guardia Civil y luego de varios trámites de encautamiento, todo terminó en el Juzgado de Instrucción. Siempre me resultó curiosa esa famosa foto del padre de las dos ancianas junto a la Guardia Civil, el Secretario, y el personaje más popular de ésta historia, el niño.
Hoy el tesoro de Aliseda se encuentra en el museo Arqueológico de Madrid y mas allá de los aros, diademas afiligranadas, brazaletes fenicios, cadenillas fenicias, cinturón fenicio, aretes, colgantes, etc, es de destacar la importancia histórica. Me imagino los barcos fenicios de origen libanés desembarcando en las costas Mediterráneas y adentrándose a la península en busca de orfebres. Buscando en las Sierras de San Pedro, Aliseda, allí donde hoy existe una residencia de Ancianos, descubrieron el reino de los Tartesios, que existió hace tres mil años, es verdad, pero la tierra siempre guarda. ¿y que guarda la tierra?
Don Jenaro Vinagre tuvo la respuesta, pudo trasmitirles a sus hijas Aureliana y Ángeles la sensación del hallazgo, de la osadía, del temor, del dilema entre lo bueno y lo malo, lo que está bien y lo que está mal. Don Jenaro encontró una tumba de alguien muy importante rodeada de joyas y vasijas de valor. También es verdad que el reino de los Tartesios desapareció, nunca sé supo cómo, equivalente quizás a una analogía de la Atlántida, la ciudad perdida. No lo sé. Hubieron guerras, muchas guerras, desde el reinado de Don Juan I de Portugal, recordado por los saqueos e incendios de Nuño Alvarez Pereira, pasando a los penosos trances ocasionados en la guerra de la independencia portuguesa en tiempos de Felipe IV.
Sentado en el salón de la residencia y después de cuatro años, percibo la ausencia de la simpatía y humildad que trasmitían Aureliana y Ángeles y busco el mensaje clave de todo esto. La tierra guarda la historia, que es, al final, lo único que nos queda. Nos debemos sentir identificados por ella y no puedo dejar de pensar en que cada uno de nosotros tiene su propia historia, atrapada en sus antepasados, sean Tartesos, Fenicios, o Gallegos . Y esa es la clave, la historia de las generaciones se juntan, viniéndome a mi mente la necesidad que tuve en su momento de buscar mi identidad en las tierras de mis antepasados, quizás lo mismo que sintieron las dos ancianas al recordar con tanta pasión, ímpetu y alegría el descubrimiento que tuvo en sus manos su padre. El tesoro de Aliseda no son las joyas, es esa multitud de generaciones , que hacen que hoy, sea un pueblo especial. Soy Director de una Residencia de Ancianos Tartesiana, pero antes soy cuidador, antes soy persona. Ya lo decía un cantautor, “uniré las puntas de un mismo lazo, me iré tranquilo, me iré despacio”.