Mi madre, Manuela del Jesús Bonillo, madre de 6 hijos, su adoración, su sueño: que sus hijos fuesen felices y que nunca les faltara de nada.
Una mujer excepcional en todos los sentidos, en su boca nunca existió un no, siempre ayudo a su prójimo, su alma era buena, luchadora, guerrera, pero un día alguien se apoderó de su mente, ¿quién era?
Nunca habíamos escuchado de él, todo era nuevo, ya nada sería lo mismo, sus hijos muy jóvenes no sabían qué pasará de ahora en adelante. Y así un día comprendimos que era el ladrón de sueños, el ladrón de los recuerdos, el ladrón de la memoria de mi madre. Desde ese día supimos que ya no seríamos más sus hijos, ella ahora será nuestra HIJA.
Aquí comienza mi relato: cómo pasé de ser su princesa a ser su madre. En 1997 fue diagnosticada clínicamente con el mal de Alzheimer, y desde ese momento sus hijos nos abocamos a su tratamiento, pensamos que podríamos llevar esta enfermedad. Todo iba normal hasta que ya no pudo hacer sus tareas básicas, cocinar, atender su trabajo, y otras cositas tan sencillas.
Yo asumí hacer las funciones en su trabajo, pero ya sus jefes no nos querían allí y nos tuvimos que mudar del que había sido nuestro hogar por más de 30 años. Nos mudamos a la casa que ellos, mis padres, lograron construir mientras trabajaban. Ahí transcurrieron las tres fases de la enfermedad. Aquí comienza mi papel de cuidador, a mi madre se le brindó lo mejor de nosotros. Sus hijos, dentro de nuestras posibilidades, dimos lo mejor. Como sabrán, siempre hay un miembro de la familia que es más entregado con la enfermedad, en este caso fui yo.
La manera en cómo me entregue en cuerpo y alma inició cuando hice un plan de cuidados. Comenzaba los fines de semana, cuando le hacia la comida de la semana cargada de mucha fibra. En las mañana le dábamos avena, una banana y agua. El agua nunca le agradó mucho, al mediodía se le daban sus sopas, a media tarde alguna gelatina o un pequeño jugo, y en la noche le daba avena. Nunca podía faltar, ésta era su rutina alimentaria, siempre le hablaba y le decía lo mucho que la quería, todas las noches o mañanas le cambiaba el centro de cama y le hacia sus cuidados de higiene, le revisaba los oídos, le cortaba el cabello, le limpiaba los dientes, ( mi madre usaba sondas, porque ya no hacia pipi por sí sola).
Esto implicaba que debía cambiarla cada 10 o 15 días dependiendo de cómo estuviese la sonda. También le estimulaba para ir al baño, recordemos que ya había pasado por todas sus fases y se encontraba ya en cama, requería de muchos cuidados, yo debía ir a trabajar por lo tanto dejaba todo listo para que una joven me ayudara a darle el almuerzo y la vigilara mientras yo iba y regresaba.
Mi madre no hablaba, por lo que era muy difícil descifrar qué le pasaba. Pero nuestra conexión era tan fuerte que su mirada o sus gritos me decían mucho, a pesar que estaba en cama no era vegetal, trataba de moverse, y comunicarse. Mi madre sufrió mucho, en ocasiones sufrió lesiones en la piel producto de estar en cama, a pesar que tenía un colchón anti escaras, le untaba todas las cremas y secretos para que no le salieran siempre tenía alguna, cicatrizaba muy bien gracias a Dios, pero ya nada ayudaba mucho.
Eran 5 años en cama, mis acciones siempre iban en pro de que sus últimos días fueran los mejores, ya para el 14 de abril de 2017 a las 8:00 A.M. murió mi madre de un paro respiratorio, yo estuve a su lado. Ha sido uno de los momentos más difíciles que he vivido, quise ayudarla pero me fue inútil, aún recuerdo su cara frente a mí. Le dije cuánto la amaba, que estuviese tranquila y que sus hijos estarían bien. Hoy, a solo 2 mes y medio de su partida, me encuentro en otra batalla, mi padre fue diagnosticado con cáncer de próstata y debe ser sometido a radio terapias. He comenzado de nuevo, nunca perderé la fe, solo Dios sabe por qué suceden las cosas.