Para mi tía Roca, que tiene síndrome de Down pero es muchas cosas más
Y para todos los que, como ella, pintan con los dedos.
Siempre me ha gustado observar a mi tía Roca. También ahora, aunque esté mayor, arrugada, inclinada, haciéndose cada vez más pequeña y perdiendo fuerza.
Roca antes escribía un diario. Cada día, una página, sin dejar apenas un espacio en blanco. Acumulaba frases, apretando el lápiz sobre el papel, dejando una marca profunda en la página siguiente. No siempre lo dejaba leer. Como es propio de un diario, eran relatos íntimos, propios, que describían su vida y que, desde luego, no eran escritos para que los demás los conociéramos.
Luego, pintaba con colores: retratos, cafeteras, radios, hamacas colgadas de los árboles, periódicos. Todo aquello que para ella era importante. Lo que le gustaba, objetos de su día a día. De modo casi obsesivo, igual que páginas de diario, mi tía acumulaba dibujos. Casi siempre, además, repitiendo los mismos patrones. La misma cafetera, la misma persona retratada, la misma hamaca.
Un poco más adelante, como se olvidaba de sacar punta a los lápices, solamente los pasaba por encima de las hojas de papel. Cuando, a veces, le recordabas que podía afilar los lapiceros se negaba: Es que quiero que me dure… Aun así, seguía apretando con fuerza y el contorno de sus dibujos permanecía marcado en varias de las hojas del cuaderno. Así, sabías que –aún sin colores- Roca trazaba, con la misma obsesión y empeño que siempre, líneas y puntos.
Al cabo de los años, mi tía seguía: lápices sin punta, dibujos sin colores. Misma obsesión pero menos fuerza. Las líneas eran cada vez más débiles. Ya no traspasaban los folios. Ya solo se podían ver si examinas de cerca los papeles (que, además, se van haciendo cada vez también más pequeños).
Ahora, Roca pinta con los dedos. Pasa delicadamente una y otra vez su pequeño dedo índice por las cuartillas que acumula en la otra mano, después de doblarlas y cortarlas meticulosamente. Recorre la hoja, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda. De arriba abajo, de abajo a arriba. Va dejando papelitos olvidados por toda la casa. Ya no acumula, ahora se le pierden. De vez en cuando, coge una servilleta, un sobre olvidado en una mesa, un ticket de la compra que alguien ha perdido… Los dobla, los recorta con las manos. Hace pequeños círculos sobre ellos con sus dedos.
Ya no deja marca.
Ya no podemos ver su obra.
Pero ella sigue pintando.