Myriam nos habla sobre su querida madre y cómo el alzhéimer fue mermando sus capacidades físicas y mentales. Los cuidados, los días y las noches. Nunca abandonó a su madre a la suerte de esta enfermedad:
Sin siquiera estar enterada de que tal ocupación existiera me convertí en Cuidadora de mi madre, docente jubilada, por más de 5 años; en realidad, no sé cuántos.
Al principio lo fui sin saber que lo era, cuando aclaraba sus olvidos, le daba mi brazo para que se apoyara al caminar, le acompañaba a donde quiera que iba, le atajaba en el aire cuando perdía el equilibrio, le ayudaba a buscar lo que no podía encontrar, adivinaba sus malestares... eso y más, mucho antes de que ella, testaruda, en medio de la penumbra del amanecer, rumbo al sanitario del piso inferior de la casa, tal como acostumbraba a pesar de tener uno a tres pasos de su habitación, llevando a cuestas sus bolsas repletas de cosas, cayó en las escaleras.
Me fui percatando de que había sido y seguiría siendo Cuidadora por tiempo indefinido. Un antes y un después que marcaron nuestras vidas
Tuvo fractura de dos metatarsianos de uno de sus pies, casi nada para semejante “acrobacia” de señora con 79 años de edad, y le tocó lucir por dos meses la obligatoria e incómoda “bota”. A partir de entonces el alzhéimer fue desvelando acelerada y progresivamente su cruel rostro, entretanto me fui percatando de que había sido y seguiría siendo Cuidadora por tiempo indefinido. Un antes y un después que marcaron nuestras vidas.
Soy creyente, pero nunca lo consideré prueba ni castigo, como muchos, en su pleno derecho, suelen opinar. Fui Cuidadora, ya a conciencia, de 12 a 18 horas diarias de lunes a sábado porque quise. Lo hice voluntariamente, porque mamá lo necesitaba y yo estaba dispuesta a ocuparme en todo; porque soy así, me gusta ayudar. ¿Una sustituta, profesional o no, que alternara conmigo? Traté en vano; eran costosas o esquivas.
De no haber sido por mi carácter creo que no hubiera podido. Drama ni romanticismo me servían. Soy realista. Tener “los pies en la Tierra” y mi “santísima” paciencia, fueron dos herramientas indispensables, condimentadas con un “toque de alegría”... a pesar de los pesares ¿Amor?... ¿Quién no ama a su mamá con todo el corazón? ¿Quién quiere presenciar la pérdida de sus facultades sin poder hacer nada para evitarlo? ¿Quién quiere resignarse a que el alzhéimer determina por adelantado consecuencias y desenlace final?... Nadie. Guardé mi sufrimiento y desesperación en el armario y seguí adelante.
Me convertí en Cuidadora, es decir, en doctora, enfermera, psicóloga, fisioterapeuta, bioanalista, nutricionista, inventora, animadora, cantante, narradora, estilista... y tantas otras cosas... sin serlo. Aprendí de los doctores de mamá, de los especialistas que conocí personalmente en el camino; en los sitios, fundaciones y grupos de internet; compartiendo vivencias con Cuidadores de mi país y del exterior y escuchando experiencias de quienes habían pasado por lo mismo.
Atendía las necesidades médicas, alimenticias y de higiene de mamá... y le cantaba, le narraba historias, le hacía bromas muy a mi estilo y conocido pormi madre, bailabaen su presencia y ella mecía sus pies al compás de la música. Trataba de aligerar sus días. Le preguntaba si le gustaba y afirmaba con la cabeza. Cada día diferente; cada día un reto y una solución, cada vez más y más difícil ¿Lo complicado? Moverle, especialmente en sus últimos años, cuando ella no podía colaborar. Una vecina me dijo: “Esos huesos pesan”... Es cierto, lo comprobé... ¡Cuánto pesan! Nunca me rindo, nunca me rendía, encontraba la manera más segura para ambas y ¡LISTO!
Abrumador, incomprensible, absurdo, agotador, dramático, desgarrador, confuso... así fue el alzhéimer para mamá y para mí; así se mostró frente a nosotras. Fue como vivir inmersas, mi madre y yo, en una tragicomedia: lo terrible de la enfermedad y sus “travesuras”, porque al enfermo de Alzheimer se le ocurre cada cosa insólita... ¡Santo Dios! ¿Yo? Sonrisas, ánimo, paciencia; a veces, serios e inútiles llamados de atención de parte de esta hija (riendo o rezongando para sus adentros, según) dirigidos a la traviesa madre. Lamentable y doloroso cambio de roles.
Abandoné mi trabajo, mi propia vida, mi salud, mis intereses. Prácticamente estaba prisionera en casa; salía angustiada a la carrera para lo indispensable. Imposible desentenderme. ¿Amigos? Casi todos se perdieron de vista; ellos sabrán la causa.
Nunca te vamos a abandonar, mientras estés aquí siempre te cuidaremos
Su último año de vida: tortuoso. Yo, con un yeso en la mano derecha e imposibilitada de atenderla a cabalidad lo hice por tres días con la mano izquierda, mientras lograba la costosísima suplencia; luego, durante las horas tempranas. Dos semanas con suplente... y ahora mamá en cama clínica y colchón especial, pero con escaras en distintos lugares de su humanidad, justo las que en cuatro años a nuestro cuidado nunca tuvo, las que me dediqué a curar y curé en su mayoría junto a mi hermano (Cuidador nocturno y dominguero) apenas empecé a usar férula. Corrían los meses y ante su veloz e increíble deterioro rogamos misericordia a Jesús, a San Martín de Porres y a la Virgen Milagrosa.
Sorprendentemente, el día antes de su fallecimiento, a los 84, noviembre 2011, le dije: “Nunca te vamos a abandonar, mientras estés aquí siempre te cuidaremos”.
Partió; parecía plácidamente dormida. Lloré a mares; me sentía desamparada. Lloro mientras escribo esto.
Extraño nuestras conversaciones de cuando estaba sana, nuestros paseos, sus canciones, sus preciosas labores manuales, su presencia. Mi consuelo se resume así: mamá dejó de padecer.
Ser Cuidadora de mi madre “ME TOCÓ EL ALMA”.