Nuria Morte nos envía un relato sobre la soledad y la melancolía que, quizás, algún día todos y todas suframos. Y también cómo la figura del cuidador ayuda a mitigar estos sentimientos:
Sombras que danzan en la penumbra de la habitación, a veces transformándose en diabólicos ojos que escrutan en la oscuridad buscando tu mirada asustada, mientras sábanas blancas con algún desgastado bordado cubren con nerviosismo tu rostro, otras veces deslizándose cual espectros por las paredes en busca de un contacto que tanto rehuyes.
Voces que te acompañan en tu devenir diario, a veces implorando tu atención con suaves cánticos, otras veces llamándote por tu nombre con severidad. Tu cerebro está cansado de tanta soledad y para mitigar su dolor crea visiones y sonidos que sólo tú puedes sentir. Y te parecen tan reales que hablas de ellos como si fuera de lo más normal, sin detectar la incredulidad e impotencia de aquellos que te escuchan y no saben que decirte para no ofenderte ni engañarte. No niegan, no afirman….sus palabras sólo intentan tranquilizar, olvidar el tema.
Hace frío, mas no te gusta encender la estufa, su calor te causa sopor y te invita a dormitar en el sofá y no despertar. Así que, cubierta con tu raída bata de boatiné, deambulas por la casa murmurando a un Dios que crees compañero, suplicándole mitigue un poco el dolor que jamás te abandona, mientras tus deformes manos sujetan un vetusto rosario de blancas bolas. Pones la televisión en busca de un poco de compañía, pero todo lo que aparece en su pantalla se asemeja a tus viejas y queridas fotografías, borrosas y sin colores, sólo que cambiantes, como otro juego de luces y sombras.
Acurrucada en tu sofá de sucio escay, recuerdas tan vivamente tu juventud que te parece revivirla de nuevo, mientras tus ojos se van cerrando y una sonrisa asomando. Ahí está tu gente, y sientes que una parte de ti está ahí siempre con ellos, aun cuando ya están todos muertos desde hace años. Y entonces es cuando desearías no despertar ya más, pues ahí no hay dolor, no hay soledad, todo es nítido… Mas un fuerte timbrazo te devuelve a la realidad… todo fue un dulce sueño…. y despacio te encaminas a la puerta. Abres y allí está tu cuidadora, que parece intentar contagiarte su alegría de vivir. Un par de besos, a la habitación a vestirse…y a pasear, que hoy es un día frío pero soleado. Sonríes y das gracias a Dios.