Tamara nos cuenta su historia de vida y cómo surgió el amor por su trabajo, cuidadora profesional:
Todo empezó cuando tan solo tenía 15 años, una profesora me ofreció cuidar a su tía y a su madre los fines de semana y festivos, para así poder juntar dinero para pagarme el carnet de conducir.
En los comienzos lo que más me costó fue acostumbrarme a los olores, pero pronto me acostumbré. Las duchaba, y lo hacía con tanto cariño y delicadeza, como me gustaría que hicieran conmigo cuando sea mayor.
Me daban unos estupendos consejos que, a día de hoy, los sigo recordando.
Hacíamos muchas cosas juntas, la comida, regábamos las plantas…aunque una de ellas se movía en silla de ruedas estaba todo pensado para que ella pudiese acceder a toda la casa y no estar sola, ni un segundo; pero lo que más me gustaba eran sus historias; una hacía reminiscencia recordando a su marido (ella había quedado viuda muy joven), lo feliz que había sido y lo mucho que lo quería, y la otra me contaba de sus familiares que habían emigrado a países de América, me contaban anécdotas de cuando eran pequeñas y lo mejor de todo, es cuando me daban unos estupendos consejos que, a día de hoy, los sigo recordando.
Con el paso del tiempo decidí estudiar atención sociosanitaria para poder dedicarme a lo que tanto me gustaba, los mayores.
Durante la semana estudiaba en la ciudad pero los fines de semana siempre iba a casa de ellas y cuando llegaba siempre decían ya llego “la niña”, porque era la más jovencita de las que trabajábamos allí. Mientras estudiaba podía seguir yendo todos los fines de semana hasta que empecé a trabajar en el centro de día, donde sigo actualmente. Tuve que dejar de ir; aunque no perdí el contacto, y ese mismo verano me llamaron para comunicarme que una de ellas había fallecido, no me lo quería creer no había estado con ella los últimos fines de semana de su vida, pero no dije nada y toda la pena que sentí me la guarde para mí. Con la hermana sigo teniendo contacto hasta el día de hoy y estoy contenta porque sé que la tratan como a una reina, que es lo que se merece.
Ese mismo día nos contó cosas de su vida y su pasión por el fútbol
Creo en el destino y por eso pienso, que mi destino son los mayores. En todo este tiempo que llevo trabajando hubo una situación que me marcó para el resto de mi vida.
Aún recuerdo como si fuera hoy, el día que empezó. Era un hombre de unos 57 años, alto, buena figura, vestía con ropa elegante y moderna y desprendía un aroma varonil muy agradable para el olfato y difícil de olvidar. Era agradable y educado; en un primer momento se le observaba un poco cohibido pero pronto se le pasó.
Ese mismo día nos contó cosas de su vida y su pasión por el fútbol; en el centro le dábamos una pequeña pelota con la que jugábamos con él; padecía una demencia fronto-temporal que bajo mi ignorante punto de vista, es la peor demencia que existe.
Pronto se le empezó a notar el deterioro físico y cognitivo que estaba empezando a sufrir. Le costaba trabajo andar no era capaz de mantener el equilibrio pero no nos rendíamos, le ayudábamos una compañera y yo por cada lado y dábamos todos los días un paseo con él, le movíamos el cuello, las muñecas…todo lo que podíamos y más lo hacíamos. Y dejo de hablar, pero nosotras le seguíamos hablando porque él nos escuchaba y nos entendía.
Se estaba apagando, pero no queríamos afrontar la realidad
Un día llegó como todas las mañanas al centro en su silla y con su arnés para que no se cayera, ya no mantenía el equilibrio y le cambiamos al sofá geriátrico para que estuviese más cómodo mientras realizábamos las actividades programadas de la mañana.
Ya no podía comer solo…, se le había olvidado, para eso estábamos nosotras, para darle de comer y las natillas que tanto le gustaban.
Pero justo después fue cuando me acerque a él, lo iba a llevar al baño y cuando le mire a la cara; sabía que algo iba mal, rápidamente avisé a mi compañera para que le dijese a la encargada que llamase una ambulancia…pero era su destino.
Me puse de rodillas a sus pies cogiéndole esa mano que tantas caricias me había dado y que se iba enfriando cada vez más, los ojos ya se cerraron, no tenía pulso. Hicimos todo lo que pudimos por él, y más, pero era su destino, se quedó dormido para siempre.
A causas de estas situaciones he reflexionado mucho, hay que tratar siempre a todo el mundo como nos gustaría que nos tratasen a nosotros. No hagas lo que no te gustaría que te hagan a ti el día de mañana y hazlos felices todo lo que puedas, así tú también serás feliz.