Eva Vinader trabaja en COGNITIVA UNIDAD DE MEMORIA MONCLOA y nos habla sobre el amor de una pareja que lucha cada día contra el alzhéimer. Este es su relato:
Él se despertó sobresaltado. Palpó con la mano el otro lado de la cama y notó su ausencia. Abrió los ojos. Aún era de noche, apenas entraba la luz de las farolas de la calle. Se incorporó despacio, sin forzar, como una buena y vieja máquina que nunca ha dejado de funcionar.
Buscó las zapatillas con los pies, mirando la hora en el despertador. Las 4:31, “Dios mío”. Se santiguó y repitió su oración, la que decía varias veces al día: “Señor dame más paciencia y quítame amor propio”. Avanzó despacio hacia la puerta de la habitación. Salió al pasillo, largo y oscuro, por el que habían correteado sus hijos y ahora lo hacían sus nietos. Al fondo distinguió su figura blanca, de cara a la pared con las manos levantadas. Se acercó despacio, contento de volver a verla un día más.
Ella tocaba con las manos las fotos enmarcadas que colgaban de la pared. Eran retratos familiares que recogían personas y momentos importantes en sus vidas. Ella las acariciaba, bisbiseando palabras ininteligibles. Sonreía, se besaba las yemas de los dedos y entregaba el beso a las fotografías. Él llegó despacio, para no asustarla y delicadamente agarró al vuelo una de sus manos. Ella le miró recibiendo con gusto la caricia:
–Esta noche – dijo el suavemente al oído, hemos ido a bailar. He soñado que estábamos en aquel Salón de Baile con orquesta que tanto te gustaba. El….. Manila, creo que se llamaba. Estaban también tu hermana y su novio. Te has puesto el vestido azul clarito, ese de una tela tan fina que bailaba solo. ¡Qué bien lo hemos pasado! Sobre todo, cuando han puesto nuestra canción.
Y comenzó a tararear una musiquilla. Después le puso una mano en la cintura y, sin soltar la que ya tenía agarrada, la llevó bailando suavemente hasta el dormitorio. La acostó y besó con ternura.
–Ahora descansa. Estarás agotada de tanto bailar. ¡Qué bien bailas, yo nunca estoy a tu altura, soy un pato!
Ella le miró enamorada. Bastaba eso para responderle. Él tomó su mano y durmieron así un rato más.
Como siempre, salieron con tiempo de casa. El día estaba soleado, pero hacía frio. Él le puso la bufanda y ella, coqueta, tuvo cuidado de que no la despeinara. Caminaban despacito. “Buenos días”, “Buenos días, ¿a dar un paseo?”. Les saludaban. Ellos sonreían, cogidos del brazo. Hoy ella tenía sesión en la Unidad de Memoria a la que acudía tres veces por semana para no seguir olvidando. Él tenía un rato libre para pasear más deprisa, pero nunca dejaba de pensar en ella. Entraron en el centro donde les recibieron con una sonrisa.
–¡Buenos días! ¡Qué puntuales!, ¿Qué tal han pasado la noche? - preguntó la chica que les recibía.
Entonces ella, ahorradora de palabras, le miró a él y pronunció sonriendo y muy bajito la primera del día:
–Bailando.