Amalia nos habla sobre los buenos recuerdos que guarda de su niñez y juventud. Sobre todo, las historias, las narraciones y la sonrisa de su abuela. Aquí os dejamos su relato:
Tenía 15 años y mi abuela 66, recuerdo la última vez que estuvimos juntas siendo ella misma, aunque la enfermedad ya comenzaba a dar sus primeros pasos; fui a comer con ella, el menú era ligero, una tortilla francesa de un huevo para dos. A partir de ahí comenzó el periplo de mi querida abuela, dejó su hogar y se vino a vivir con sus hijos, 6 meses con uno en una ciudad, y 6 meses con otro, en distinta ciudad.
Siempre he pensado que el alzheimer tenía que ver con un sufrimiento grandísimo
El comienzo, no fue malo, ella me contaba muchas historias de su viaje a Buenos Aires a ver a su hijo que emigró cuando tenía 15 años. Historias de mis primos, de mis tíos y de ese nuevo país. También recordaba perfectamente su niñez y juventud, tristes ambas por la pérdida de sus seres más queridos: su madre y mi abuelo (siempre he pensado que el alzhéimer tenía que ver con un sufrimiento grandísimo, que la persona ha tenido a lo largo de su infancia o juventud, y alguna otra persona que he conocido con esta misma enfermedad ha corroborado esta idea, pudiera ser a lo mejor un buen objeto de estudio).
Me gustaba oír sus historias. Aunque fueran repetidas, siempre fui amiga de escuchar las narraciones de mis mayores. Como es lógico, su enfermedad, diagnosticada en aquellos años como demencia senil, fue avanzando, el médico en aquellos años recetaba vitamina B para esta enfermedad, que si es desconocida ahora , hace 30 años…
Al fin y al cabo era su única nieta, algo de mi aún quedaba dentro de ella
La verdad es que el suplemento vitamínico tenía su razón de ser. Hay algunas demencias que tienen origen en la falta del complejo vitamínico B y lógicamente al aportarlo, la demencia se curaba. Pero en el alzhéimer tristemente no, aquello empeoraba, y, ante los ojos de una muchacha de 15 años, mi abuela dejó de ser mi abuela. No comprendía era una enfermedad tan desagradecida, que cuanto más avanzaba menos sonreía. Al principio no tenía muy claro por qué pero me sonreía. Era otra cosa, yo creo que me reconocía, pero no sabía como llamarme, eso sí, siempre quería que yo la vistiese, ayudar a lavarla, al fin y al cabo era su única nieta, algo de mi aún quedaba dentro de ella.
Hoy en día sólo me queda la tristeza de no haber sabido quererla, dejando atrás su enfermedad. La tristeza de no haber sabido cuidar de su cuerpo ni de su mente, de no saber lo que hoy en día sé que podría haberla ofrecido, y hacer de sus últimos años, al menos paz y tranquilidad, mucho cariño, el haber sabido acariciarla, para que supiera que no estaba sola. Pero la ignorancia hizo que sus últimos días no fueran lo buenos que debían haber sido.
He tratado de formarme para cuidar a todos estos, mis abuelos, para que no se sientan solos en la pérdida de sus vidas, para que no tengan ese miedo que puedes ver muchas veces en sus ojos, para que sigan sonriendo.
Lo que daría yo por una sonrisa de mi abuela.