Relato cuidador profesional: Tania Herrero

Tania trabaja como voluntaria con personas mayores y con su relato cuenta cómo es un día con Amparo. Si quieres votar por su historia compártela en las redes sociales.

Viernes, 10.00 h. de la mañana, Barcelona. El barrio de Poble-sec, amanece sin legañas: señoras con carritos de la compra luchan por el mejor precio en el mercado, la frutería pakistaní de la esquina con kilo de naranjas a euro y medio lo pone fácil. 

En la acera contigua un señor es paseado por su perro, un gran "peludo" sin raza, tuerto de un ojo que camina a duras penas entre las interminables y ya épicas obras de la avenida del Paralelo. Entre tanto trajín me sorprende ver una gaviota salseando restos de comida en un contenedor, satisfecha con el trozo que se lleva al gaznate de lo que creo que es una berenjena. Da lástima verla tan lejos de lo salado.

Me dirijo a la calle Concordia, allí me espera Amparo, hoy toca visita al museo. Abre la puerta del “castillo” y me regala una sonrisa desdentada, sincera, cálida, de esas que huelen a bizcocho de la yaya. Hablamos del barrio, del tiempo, de sus geranios y de cómo últimamente la gente se pasea sin alma. Le pregunto por su periquito, veo la jaula vacía, me dice que hace unos días voló, se ve que logró abrir la puerta con el pico y tiró millas. Me lo cuenta con cierta nostalgia, que no tristeza, algo me dice que se siente orgullosa de
él.

Amparo es una mujer de campo acostumbrada a que éste sea el que dicte la jornada. Allí no hay reloj, el sol y su puesta son los que dirigen la orquesta con dura batuta. Tras quedar viuda dejó su Burgos natal para venir a vivir con su hija a la ciudad.

Cuenta que le encanta tener a su nieto cerca, se ríen mucho juntos. Al oírlo hablar se sorprende de cómo hoy los chavales se llaman "tío/a" sin ser familia, se me escapa una carcajada.

Amparo me regala una sonrisa desdentada, sincera cálida, de esas que huelen a bizcocho de la yaya

Me enseña el último collar que hizo con su hija, por la que siente adoración, un precioso collar de bolitas pintadas a mano. Su hija se desvive por ella, algo poco común ya que en muchos casos nuestros mayores suelen ser aparcados en residencias cuando comienzan a ser una carga pero su hija Amalia tira ella sola de la familia.

Es una sobreviviente nata llena de luz. A pesar de todo, algunas mañanas se le hacen un poco cuesta arriba a Amparo mientras ellos están en el cole y el trabajo.

Le aconsejo que se quite el reloj para que el tiempo no se le suba a la espalda y le sacuda el ámbar. Porque sí, ella es puro ámbar.

Vamos a la cocina. Hoy ha hecho conejo al ajillo para la familia, levanta la tapa de la cazuela y me enseña orgullosa el festín. Al verla imagino una historia en la que ella es una valiente amazona, cazadora de arco y flecha a lomos de un caballo que vuelve satisfecha con su botín a casa.

10.45 h. Ponemos el abrigo, nos hemos venido arriba y vamos a intentarlo de nuevo con el bastón, es un trayecto corto, con lo que me dice que aparquemos “la carroza”, hoy amaneció samurái. Puede que luego, en el museo, tomemos una para hacer el recorrido por las galerías de forma más cómoda.

En la puerta del museo nos esperan los demás. El más joven calza veintidós, el más sabio noventa y cuatro. Nuevamente, estampa imaginaria: las sillas de ruedas carrozas aladas, sobre ellas príncipes y princesas de pelo nevado, por corceles: pegasos altruistas. Fuera de mi ficción son un grupo de abuelos y voluntarios disfrutando de una bonita mañana. La palabra: abuelo, si nos pasamos las normas de la RAE por la franela y nos quedamos solo con su sonoridad, suena "a vuelo", a alas y a plumas…Voluntario nace de voluntad. Juntas forman algo así como: "la voluntad altruista para el vuelo del abuelo".

A lo largo de dos horas visitamos el museo, la guía nos facilita auriculares y pequeñas reproducciones de los cuadros para que los yayos puedan seguir las explicaciones y ver de cerca los cuadros, ya que dada la edad algunos padecen de sordera y cataratas. Disfrutan haciéndole preguntas sobre los cuadros como si estuviesen otra vez sentados en pantalón corto y pupitre. Nosotros, cómplices, sonreímos.

Llega el final de la visita, toca volver a casa. Siempre tengo la sensación de que con ellos el tiempo pasa volando. Me repito una vez más, algo que siempre dice una de las yayas: ”Tania, el tiempo es oro”.

El grupo se despide con besos y abrazos de esos mulliditos que uno se guarda en la despensa para el resto de la semana. Vuelvo con Amparo hacia su casa, las dos del brazo, con pasitos cortos y hablando de nuestras cosas. Le digo que me cante esa canción que tanto le gusta:

"Mi niña Lola, mi niña Lola
Ya no tiene la carita del color de la amapola


Mi niña Lola, mi niña Lola
Ya no tiene la carita del color de la amapola


Tú no me ocultes tu pena
Pena de tu corazón
Cuéntame tu amargura
Pa consolártela yo


Mi niña Lola, mi niña Lola
Se le ha puesto la carita del color de la amapola


Mi niña Lola, mi niña Lola
Se le ha puesto la carita del color de la amapola


Mi niña Lola, mi niña Lola
Mientras que viva tu padre no estás en el mundo sola "


Mientras canta pienso en eso de que el tiempo es oro, en los alquimistas, Paracelso y tanto buscador de la piedra filosofal. Me sonrío por lo bajito pensando que en ELLOS, “los yayos”, está la verdadera piedra filosofal, la verdadera alquimia ya que son los únicos que verdaderamente saben lo que vale el tiempo y por ello lo convierten en ORO.

Vídeo de príncipes y princesas: https://vimeo.com/121883890

Tania Herrero 

 

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