Relato cuidador profesional: Ernest Millet

Ernest ha querido compartir su historia como cuidador profesional a través de un voluntariado. Si quieres votar por su relato compártelo por las redes sociales.

Elvira me espera en su casa del Paralelo. Elvira forma parte de tantos ancianos que viven solos, ya que su único hijo pasa largas temporadas fuera de España. Se acerca a los noventa y cinco años, pero con mente lúcida y despierta.

- “Elvira, sóc l ’Ernest”. (Elvira, soy Ernest).

Subo a su piso, ella ya me espera arreglada y preparada para nuestro particular paseo. Una sonrisa, un “bon dia” (buenos días) y ya iniciamos la operación salida. Repliego la silla de ruedas, la coloco en el ascensor. Elvira, paso cansino e inseguro, camina por delante. Y el último esfuerzo de Elvira antes de salir a la calle: cuatro malditos escalones entre el ascensor y el rellano final.

Día soleado, luz mediterránea, una extraña contagiosa alegría se respira entre los transeúntes . El camino hasta el colegio electoral es un ejercicio para veinteañeros, pero no para mí. La silla de ruedas, con Elvira sentada, avanza lenta. Subimos con esfuerzo hasta los pies de la montaña de Montjuïc, donde está situada una
escuela para poder votar.

Elvira disfruta del paseo. Ahora me explica una anécdota del barrio, ahora saluda a un vecino, otro le ríe una gracia. Nos indican el mejor camino para llegar a nuestro destino. Por un momento, cuando ya he descansado un ratito, me parece vivir en un mundo feliz o casi feliz.

Las noticias nos llegan a borbotones, hay colas kilométricas para votar, pero una silla de ruedas abre fronteras. Los voluntarios nos ceden el paso y en pocos minutos Elvira y yo nos situamos delante de una urna de cartón con la papeleta de voto en su mano.

-“Elvira - le dice una voz joven, casi dulce- té el document nacional caducat des de fa vint-i-cinc anys.” (Elvira, tiene el DNI caducado desde hace 25 años).

Elvira y yo volvemos hacia nuestros orígenes, al Paralelo, ella decepcionada por no poder votar y yo algo cansado por la excursión. Nuestra particular jornada intrascendente finaliza en un bar donde se respira la conversación, el deseo de un domingo soleado y alegre, a pesar de todo.

Elvira recupera su sonrisa, su conversación, siempre habla más que yo, siempre explica más que yo. Casi sus últimas palabras de nuestra particular jornada intrascendente son aquellas que aún recuerdo: si gana el sí, le invito a un aperitivo.

Si Elvira no ha podido cumplir con su invitación es por mi culpa. Han pasado los meses y no he llamado a Elvira. Volver con Elvira figura en los temas pendientes y urgentes de mi carpeta roja.

Ernest Millet

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