He soñado contigo. Caminábamos cogidas de la mano escalando un arcoíris. Rojo, naranja, amarillo, azul, violeta... Es curioso, antes hubiera pensado que era cursi. Ahora, el arcoíris se ha convertido en un símbolo.

En mi sueño hablábamos del abuelo, de tus diarios, del café de las 6. Íbamos despacio, mirando el paisaje. “Ayúdame que sola no puedo”, me decías, y yo tiraba de ti para seguir avanzando. Te limpiaba las gafas con mi camiseta y te las colocaba de nuevo. No parábamos de hablar. Nos sentíamos ligeras, flotando. Dentro del arcoíris no pesan los años ni las etiquetas (demencia, discapacidad, síndrome de Down…). Nada importa más que los colores: rojo, naranja, amarillo, azul, violeta… Solo somos tía y sobrina. Abriendo camino, adelante.

 

Hoy, octubre de 2020, no hay paseos de la mano. No hablas, no caminas, no ves, no recuerdas. Estás con nosotros y, a la vez, ausente. Desde que comenzó todo, has pasado semanas sin ver a tu familia. Sentada en tu silla de ruedas, ajena al mundo paralizado, en vilo por un virus desconocido que nos ha puesto a todos alerta. Cientos de hogares como el tuyo se han blindado para proteger la salud de quienes sois considerados los más débiles. Los ancianos, las personas con discapacidad, los vulnerables. Visitas prohibidas hasta nueva orden, intentando mantener el aire lo más limpio posible. Os hemos condenado (el virus, la sociedad… qué más da…) a la soledad. Salud y soledad, qué extraña combinación.

 

Sobrevivir. O morir.

Morir de soledad. 

Sobrevivir de soledad.

Vivir.

 

A dos metros de distancia unos de otros, permanecéis a la espera de que las puertas se abran y entre alguien a veros, sin abrazaros. “Cumplimente el cuestionario. Le voy a tomar la temperatura. No cruce la línea. Solamente una persona por residente. Límpiese las manos”. Protocolos que nos enseñan un nuevo modo de relacionarnos, sin contacto y con miedo. Hay que tener cuidado, no paramos de repetirlo. Aunque eso signifique dejar de estar juntos. Nos movemos en la incertidumbre de saber si estamos haciéndolo bien o no. Si ese beso o ese abrazo llevan dentro una condena.

Qué curioso que, a ratos, nos sintamos aliviados de que no tengas memoria. Así, creemos, no te das cuenta. No puedo evitar pensar en el significado de esto: ¿no te das cuenta de qué estás sola? ¿De qué nadie te toca? ¿De qué te miran con mascarilla? Darse cuenta, pensar en ello o sentirlo. No hablar no quiere decir no tener nada que comunicar. No caminar no significa querer estar quieto. No reconocer tu nombre no es igual a no estar.

Es lo correcto, decimos. Protegidos y aislados. Ya se sabe que si el virus entra, no hay vuelta atrás. Muchos se han quedado por el camino así que, en el fondo, deberíamos estar agradecidos. Merece la pena. ¿Merece la pena?

 

Aislamiento.

Confinamiento.

Contagio cero.

 

No todo ha sido malo durante estos meses: han nacido bebés, has cumplido 61 (¡y sin una cana!), se han pintado cuadros y dado baños en el mar. Hemos visto muchos arcoíris, de verdad, de los que asoman entre las nubes y parecen pintados en el cielo. Hemos reído, contado historias, construido recuerdos. También hemos hecho fotos y escrito relatos. Han brotado flores y se ha construido un muro de piedras. Se han cocinado bizcochos. Celebrado fiestas. Escalado castillos de paja y subido montañas, grandes y pequeñas.

Muchos dirán que todo esto te es indiferente, que qué más da, si ya no puedes hablar, si no sabes quién eres. Qué injusto decir que ya no eres tú y que ya no estás. ¿Cómo no vas a ser tú? ¿Cómo no reconocerte? ¿Quién eres si no? Igual que en mi sueño, te hablo. Escribo cosas que me gustaría contarte. Sobre todo las alegrías. Volverán las conversaciones y los paseos por el río. Volveremos a agarrarte de la mano. A estar cerca, sin miedo. Porque la vida no se detiene.

 

Este relato está dedicado a las personas mayores que, como mi tía Roca, han permanecido aisladas en sus hogares o residencias. Estas líneas son para todos a los que la pandemia les ha arrebatado los abrazos y la compañía. A quienes han sido protegidos pero también grandes olvidados. Porque ellos son fortaleza y resistencia. Porque, aunque nos empeñemos en decir que ya no están, dado que no participan y guardan silencio, siguen viviendo y avanzando. Para todos ellos, con el deseo de que puedan ver muchos arcoíris más.