En el año 2000 una joven de veinticuatro años acababa su carrera universitaria, comenzaba su andadura laboral y estaba a punto de sacarse el carné de conducir. Le encantaba el deporte, el baile, las aventuras en la montaña y charlar horas y horas con los amigos y viajar.
En septiembre de ese año, inicia el viaje que nunca había imaginado, acompañada de quien fue su peor enemigo durante años: la enfermedad de Crohn.
“No te vas a morir de esto, pero vas a tener que vivir con ello toda la vida y va a ser una vida distinta”, fueron las palabras del especialista en digestivo.
Desde ese momento y durante los tres meses de hospitalización todos, el equipo médico, mi familia y yo, nos centramos en lo físico. Es lógico, había que conseguir frenar todos los síntomas físicos y que volviera a comer, a caminar, a asimilar las transfusiones de sangre…
No fue fácil, ni física ni emocionalmente porque el miedo, la rabia, la tristeza...pasaron a ser las emociones que primaban en mi día a día.
Pero no era el momento, “hay que ser fuerte”, “hay que ser optimista”, “no llores que te pones peor”. Frases que nos repetíamos unos a otros, médicos, mi familia, yo...
Todo lo que “tragas” acaba “asfixiándote”.
Eso fue lo que pasó cinco años después del diagnóstico. Sentía que me faltaba el aire, quería VIVIR sin miedo y dejar de sobrevivir, de nadar a contracorriente porque ya no podía más. Fue entonces cuando inicié mi terapia con un Coach experto en Gestión Emocional.
Aprendí que nadie pasa por la vida saliendo ileso, todos pasamos por momentos difíciles, pero cuidar y gestionar nuestra parte emocional nos da herramientas para que el sufrimiento sea el necesario y no el protagonista.
Me formé como Coach, Experta en Gestión Emocional y PNL para trabajar con y para nosotros, pacientes crónicos y nuestros cuidadores.
Toda enfermedad lleva asociado un dolor y/o malestar físico, pero también un dolor emocional que pocas veces atendemos y que es clave para nuestra recuperación o al menos serenidad.
Estoy agradecida a la vida por trabajar Com-partiendo mi experiencia personal y profesional con pacientes y cuidadores que, al igual que yo, aprenden a VIVIR la vida con la enfermedad como compañera de viaje.
El viaje de la madre de Diego. Una madre que sufría por no poder paliar el dolor físico y emocional de su hijo. Desde ese sentimiento de culpa se castigaba si tenía momentos de felicidad o sonreía. Su mayor sonrisa, mi mayor regalo, está dibujada hoy en uno de sus cuadros. ¡Volvió a pintar!
El viaje de mi tinerfeña con fibromialgia que después de años de no expresar sus emociones, porque “en mi familia no se llora ni se habla de eso”, aprendió a pasar el duelo que no había pasado ante la pérdida de su salud. Hace una semana inició el sueño para el que no se sentía preparada “¿cómo voy a cuidar a un bebé si no puedo cuidar de mí?”. ¡Hoy su bebé tiene un mesecito ya!
El viaje de un grupo muy especial de enfermeras expertas en crónicos, que aprendieron a cuidarse emocionalmente en su día a día para poder cuidar a los demás física y emocionalmente.
Viajes emocionales con sus días. No son viajes idílicos para ninguno. Lloramos, sentimos más agudo el miedo y el vértigo, pero es parte del camino para descubrir la ilusión, la alegría y momentos de felicidad.
Yo también lloro y me “auto-cuido” porque esa madre fueron mis padres; mi tinerfeña fui yo; esas enfermeras vuelvo a ser yo al acabar cada sesión...
Pero ahora elijo ser esa mano que les guía y camina con ellos, que vibra con cada emoción, cada sonrisa, cada “despertar” de todas y cada una de las personas con las que trabajo y que al igual que yo, han conseguido finalmente conseguir sueños que no se habían permitido volver a sentir.
Por los sueños que nos quedan por cumplir.
Porque lo más bonito en la vida es cuidar y ser cuidado, siempre, aunque a veces necesitemos un revés físico para ser conscientes de ello.