Terapeuta ocupacional acompañando a una persona mayor.

Miedo, incertidumbre, tristeza, pesar, equivocación, bache, desconocimiento, ira… Todos estos sentimientos son los que me invadieron aquel 16 de septiembre del 2008 cuando me plantaba ante la facultad de Terapia Ocupacional Talaverana. Me quedé con un recuerdo, una carrera no te cambia la vida si no lo que viene después.

Había oído millones de veces decir a los mayores, la experiencia te enseña tu trabajo, pero no la carrera, ésta te da las herramientas necesarias para la tarea. Así me veía yo al final de la carrera, tenía todo lo necesario para hacer un buen trabajo, pero no sabía muy bien como utilizarlas hasta que llega tu primer empleo.

 

Mi primer trabajo fue como terapeuta ocupacional en una Asociación de enfermos de Alzheimer (que suerte, pensarás, el primer empleo y de lo tuyo). ¡Chorro de agua fría! al presentarme delante unas personas que creían que yo era profesora y que iba a dar lecciones de gramática, de dibujo, de gimnasia y es que era una profesora que abarcaba muchas cosas. Al final te acabas acostumbrando a términos como “la profe”, “voy al cole”, “vamos a dar clase”… y es que son los mismos familiares que le dan ese enfoque a nuestro trabajo para hacérselo más fácil a sus mayores. Es más fácil explicarles que van a un cole, que van con una terapeuta ocupacional a realizar rehabilitación de las actividades de la vida diaria, en la primera palabra ya se han perdido. Así que con todo esto te acabas acostumbrando, como a muchas otras cosas.

Las familias, tratar con ellas, si las hay, es una tarea a veces complicada y a veces guerra de Troya en la que tienes que camuflar tus herramientas en un caballo que poco a poco va invadiendo la ciudad o así lo veo yo. Entiendes situaciones, lloras con ellos, discutes de vez en cuando a soluciones que tu ves muy claras pero que a ellos les cuesta comprender; y es que tu papel en su vida es difícil de explicar, así que lo que más fácil resulta es que te vean como una compañera de camino, en el que vas a andar junto a ellos hasta que decidan coger un desvío o hasta que el camino llegue a su fin.

 

Algunas veces estas andando muy deprisa y te tropiezas, a veces el camino se acaba de la noche a la mañana y te quedas mirando a un vacío que sabes que se va a quedar ahí, a veces respiras fuerte porque llevas una buena caminata y estas agotado, a veces tienes que parar y sentarte durante días y reflexionar cómo seguir o te pierdes y tienes que encontrar un nuevo camino o deshacer lo andando para volver a encontrar el sendero.

Para mí es complicado ser compañera de camino, tal vez porque no he ido a Santiago y no he hecho la penitencia, pero creo que éste es mas duro. El tiempo meteorológico en el camino va cambiando también lo que dificulta andar cada vez más, cuando el sol está de fuera y es agradable se anda sin problemas, pero cuando se nubla sacas el paraguas y esperas lo que sea. A lo que me refiero, es que una sonrisa puede hacer que salga el sol de nuevo y esa es una herramienta muy poderosa. La paciencia es esa sombrilla, ya no digo paraguas, para soportar el cúmulo de nubarrones que genera quien tenemos al lado y luego está mi arma secreta, la alegría. Esto que puede parecer tan típico y tan banal son las herramientas que llevo siempre en el bolsillo, aunque puede que algún día necesiten mas pilas porque se han agotado.

Con el tiempo aprendes a ser cómplice y a ver el mundo como lo ve el de al lado, ya sea el cuidador o la persona que tiene alguna enfermedad, con miedo, incertidumbre, tristeza, pesar, como un bache, desconocimiento, ira… Pero al final siempre tendrás personas que estén contigo en ese camino para quitarte ese miedo, aclarar tus dudas, alegrar tus días, superar cualquier bache y disipar esa ira, porque los cuidadores son SÚPER cuando están a nuestro lado para acompañarnos.