En mi corta, pero intensa experiencia con las personas que cuidan a personas con minusvalía física he aprendido justo lo que necesitaba.
Cuando tenía 11 años mis padres me llevaron al médico por qué estaban preocupados ya que me cansaba fácilmente. Los médicos no solo descubrieron que tenía un soplo en el corazón, si no que además, tenía una escoliosis bastante dura. Los médicos no decían nada que no fuera apocalíptico con respeto a mi columna. No era una escoliosis “al uso”, era algo que había que reformar.
En el caso de que no lo hiciera, mi vida se hubiera simplificado a estar en una cama desde los 15 años, y someterme a múltiples operaciones quirúrjicas a lo largo de mi vida.
Como tuve suerte, me pusieron un corsé. Éste presionaba toda mi zona pélvica, separándola de mi cuello con una barra de hierro donde me lo rodeaba y no me permitía girar mi cabeza a menos de 20 grados.
Sucesivamente me fueron poniendo diferentes corsés al cual más doloroso y poco útil a los ojos de una adolescente.
Pero como soy muy cabezota, en un verano de los tantos que pasaba en Sóller, quise unirme a la subida de Lofre, una montaña de la Tramontana Mallorquina que tiene casi 2000 metros de altura. Estaba harta de que me trataran como una persona incapaz, inútil o “especial” así que lo hice. Llegué la segunda de 10 personas. Con un corsé que me presionaba todo el cuerpo de los muslos a la barbilla.
Ahí comprendí. Nuestro cuerpo no nos condiciona. Nos condiciona nuestra mente, nuestra lucha, las personas que tenemos cerca y nos apoyan. Pero también las que no nos apoyan, pues ellas hacen que nos apoquinemos, o bien que nos crezcamos y saquemos lo máximos de nosotros. Pero esa es nuestra decisión.
Comprendí entonces, la importancia de nuestra mente y de nuestro círculo social, comprendí que no sólo somos cuerpo, hay algo más.
Yo llegué a Lofre, en esas condiciones, por que nadie me dijo que no podía hacerlo, llegué por que quería ver las vistas desde el pico de esa hermosa montaña. Sabía que era posible que no lo consiguiera, pero decidí probar mis límites por mi misma.
Pude observar la tranquilidad y serenidad del pico de esa montaña, así como los fósiles que había incrustados en ella gracias a mi amigo Alfonso, que me explicó que esa montaña tan gigante había estado cubierta por el mar siglos atrás.
La verdad se me mostró de una manera sencilla y dura, sencilla por que siempre había estado ahí y dura por que la metáfora de mi subida al Lofre había sido dolorosa. La verdad duele dicen, pero entendí mi propia verdad; yo soy yo y mi cuerpo obedece a mi cabeza, y siempre hay que luchar para que esto sea así y no al revés.
Para mi fue la base del trabajo que hago hoy. La mente nos libera, nuestro cuerpo no es más que un utensilio que debemos cuidar y querer, pero al que no debemos apegarnos tanto, puesto que entonces, perdemos nuestra propia realidad.
Soy consciente que dentro de las minusvalías ésta es, cuanto menos, una de las mejores, y que hay personas que directamente no pueden sentir su propio cuerpo, trabajando con ellas y con las personas que las cuidan, comprendí de nuevo que cada persona, aún teniendo la misma minusvalía, reacciona de manera diferente a ella. Son personas que han decidido que su mente no es su cuerpo, personas que han encontrado su propia verdad, que han escalado ese Lofre personal y han decidido abrir los ojos y observar el paisaje desde su propia realidad.
También existen esas personas que por sus gravísimas circunstancias, no han sido capaces de ver esa realidad, dura y sencilla, ¿quién les puede juzgar? , pero estoy convencida de que con amor, comprensión, compañía y cuidados podrían ser capaces de abrir los ojos y sostener sus circunstancias mucho mejor.
Por ello es tan importante la figura del cuidador y de la familia.
El amor mueve montañas.