Escribo este relato en nombre de mi abuela, Soledad, que sé que lo escribiría ella misma si pudiese y supiese que este concurso existe.
Mi abuela siempre dice que tiene mucha suerte, pues lo que le sobran son cuidadores, y es que al ponerle el nombre no acertaron mucho, pues la soledad, afortunadamente, la conoce poco. A su alrededor siempre hay gente, su casa es el centro de reunión de familiares y amigos, y desde que sale el sol hasta que se pone, el timbre y el teléfono suenan a todas horas. Pero de entre todos los cuidadores y acompañantes, hay una persona por la que mi abuela siente especial debilidad, su hija Mari, mi madre.
Esta SUPERCUIDADORA ha criado a tres niñas y ha trabajado toda su vida. Cuando las niñas ya no éramos tan niñas, otra persona en casa empezó a necesitar de sus cuidados (del de ella y el de sus hermanos, pues sus tres hijos se encargan de ella, cosa que lamentablemente sucede en pocas familias hoy en día).
Durante un tiempo Soledad acudió a un centro de día, pero cuando se hizo dependiente no pudo continuar asistiendo, y desde entonces, mi madre y mis tíos, con ayuda de una persona de ayuda a domicilio, se encargan de ella. Por suerte, a sus 84 años, mi abuela está perfectamente lúcida, y su movilidad reducida no le impide disfrutar de lo que más le gusta en la vida: tener la casa llena de gente.
Aunque Soledad cada vez come menos, disfruta de que sus invitados coman y beban, de lo cual mi madre se encarga, y le organiza los cumpleaños más divertidos de todo el norte de España.
Sin duda alguna, la frase más célebre de mi abuela es “pásalo bien”, y yo agradezco enormemente a mi madre que, por cansada que esté, haga esfuerzos para que mi abuela sea quien mejor lo pase.
Os dejo una foto ilustradora de la celebración de su 84 cumpleaños, en el que no faltaron el chocolate con churros, los disfraces y por supuesto, el trabajo y la sonrisa de Mari para que fuera posible.