Mi nombre es Sara y trabajo como neuropsicóloga en Cognitiva Unidad de Memoria.
Una de mis labores en el centro es realizar terapias de estimulación cognitiva con personas con deterioro cognitivo. La estimulación cognitiva es, hasta el momento, la terapia no farmacológica que tiene mayor apoyo científico para mantener las funciones mentales, o evitar la rápida progresión del deterioro en personas con demencia. Ese colectivo con patologías de libro, como demencia tipo Alzheimer, Párkinson, demencia fronto-temporal, cuerpos de Lewi, etc. que, en mi día a día son personas con nombre y apellidos, siendo completamente diversas entre ellas a pesar de tener un mismo diagnóstico. Más allá de la patología que presenten, me interesa la persona, sus puntos fuertes y sus limitaciones de manera individual, porque, aunque el abordaje será diferente, el objetivo va a ser el mismo, la lucha conjunta para mantener su autonomía y su bagaje personal.
Después de tantos días compartiendo ese objetivo común, se crea un vínculo terapéutico con la persona, entrando en juego también muchos sentimientos entre terapia y terapia. Un sentimiento que está presente en mí a diario es la admiración, por todos los luchadores del centro, que vienen día tras día para mantener su cerebro activo, a pesar de encontrarse muchas veces en esa “nube” que muchos de ellos refieren. Admiro su fuerza de voluntad, su trabajo y su constancia, por no tirar la toalla incluso cuando no se encuentran bien física o anímicamente. Entonces me doy cuenta de cuánto esfuerzo supone cada pequeña tarea que les propongo, el llegar a un resultado de una operación matemática, mantener la concentración durante tres minutos o el estructurar una frase, es muchas veces como si corrieran una maratón. Y, sin embargo, ellos siguen luchando en contra de ese futuro incierto que nadie conoce.
Son muchas las personas que me vienen a la mente cuando pienso en la palabra superación, como Julio, que a pesar de necesitar recordarle todos los días la hora y el día que tiene venir, siempre está puntual con una amplia sonrisa; o como Manuela, que aunque muestra menos motivación por interactuar, cuando termina un ejercicio siempre pregunta con una dulce voz si está bien así; o como Daniel, al cual le cuesta hablar, y se frustra cuando no le salen las palabras y se da cuenta de las dificultades que conlleva contar algo, pero, aun así, hace un esfuerzo enorme para comunicarse y seguir manteniendo contacto con el resto del mundo; o como Javier, que necesita hacer varias pausas durante un ejercicio, y, a pesar de proponerle descansar, al momento retoma la tarea. Podría poner muchos ejemplos de la constancia de los pacientes con los que trabajo, que, en realidad, no son pacientes, sino que están activos y luchando continuamente, y espero que nunca dejen de hacerlo, porque su actitud para mi es toda una inspiración.
También me inspira mucha nostalgia y respeto imaginar las vidas tan ricas que han experimentado, las cuales llevan muchos años recorridos. Pienso en todos los trabajos desempeñados, en las personas que han conocido, familia, amigos, en los viajes y experiencias vividas, y, sin embargo, ¡cuántos de esos recuerdos están encarcelados en algún lugar de sus mentes! Me emociona cuando les viene a la memoria alguna vivencia de su pasado, haciéndome partícipe de ese momento, a pesar de que les remueva millones de sentimientos por dentro. Me ilusiono cada vez que consiguen decir el nombre de ese último nieto que lo tienen en la “punta de la lengua”, y que, cuando lo nombran se les ilumina la cara. Me conmueve ver la lágrima que se les escapa cuando les pongo una canción que les trae recuerdos, ¡qué pensamientos y emociones estarán experimentando en ese instante!
Me encanta mi trabajo, aunque a veces la empatía pueda despertar en mí sentimientos dolorosos, son muchas las emociones positivas que llenan mi jornada, y me hacen sentir como una pieza importante en su proceso de lucha. Sin embargo, yo soy eso, solo una pieza de todo el puzle, ya que, una vez termina la terapia en el centro, son sus familiares los que continúan caminando a su lado. Cuánto amor desinteresado veo en mi trabajo a diario. Qué cariño siguen expresando hacia sus parejas cada vez que las ven aparecer. Cómo se enorgullecen cuando sus hijos les felicitan por el trabajo que han hecho conmigo. ¡Ojalá nunca pierdan esas ganas de luchar!