Mª Ángeles trabaja como cuidadora profesional y cada día aprende algo de las personas a las que cuida. Si quieres votar por su relato compártelo por las redes sociales.
Suena el despertador y la pereza y el sueño se apoderan de mí. Abro los ojos y aún no ha salido el sol. Me doy media vuelta en la cama y no quiero levantarme, pero por un momento pienso: “ellos me necesitan o ¿soy yo quien los necesita a ellos?”.
Somos muy afortunadas las personas que trabajamos en algo que verdaderamente nos gusta; poniendo ilusión y alegría en cada momento, aunque nos encontremos tropiezos en el camino.
En varias ocasiones hemos podido escuchar: “pobrecitos esos ancianos que están en la residencia, ya no tienen alegría ni ilusiones.” Pues nosotros vemos a unos jovencitos creativos, con sueños aún por cumplir y orgullosos de haber llegado a su edad sobreviviendo a multitud de adversidades. Son ejemplo de vida a pesar de lo vivido.
Al comienzo de la jornada intercambiamos saludos amables y miradas y nos dejan perplejos cuando nos preguntan “¿cómo estás? Te veo triste y yo no quiero que estés así, ¿tú también te encuentras sola?”. En ese momento sin saber que contestar nos damos cuenta de que esa persona que tienes enfrente y a la que vienes a ayudar, resulta que te está “echando un capote” y así, como si se tratara de alguien muy tuyo, le hablas de tus inquietudes y te escucha de tal manera que le haces sentir una persona válida, y tú recargas energías para continuar el día gracias a sus sabios consejos. Sales de la habitación con una sensación bastante extraña y haciéndote una pregunta: ¿quién cuida a quién?.
Llegar cada día a encontrarnos con ellos es como el alumno que se acerca a la universidad con ansias de aprender. Todos y cada uno de ellos son los decanos de este centro donde se imparte “filosofía de la vida”. Sin duda una de las asignaturas más duras “de pelar”, aunque esperamos que al final y con sus enseñanzas logremos una licenciatura en la misma.
Como cuidadores profesionales llegamos a convertirnos en parte de la familia de las personas a las que cuidamos
Es un placer escuchar las historias que nos relatan mil veces repetidas, contando que aunque no lo creamos algún día también fueron niños durante unos tiempos muy duros en los que los padres lucharon para darles un trozo de pan. Después tuvieron que criar a sus hijos con muy pocos medios, cuidar de padres y familiares ancianos y que ahora sienten la necesidad de que se les cuide.
Quieren vivir con sus miedos, con sus enfermedades, con sus dolores, pero ante todo, quieren vivir con tranquilidad y libertad. Quieren morir con dignidad porque llegado ese momento, para el que nadie está preparado, es necesario tener cerca una persona que al menos con su presencia mitigue el temor a lo desconocido, más allá de las creencias de cada cual. Esa compañía la buscan en nosotros, sus cuidadores, ya que llegamos a convertirnos en parte de su vida, en verdaderos amigos con los que caminar de la mano a lo largo del último tramo de su existencia.
Nuestro deber como profesionales es cuidarlos en todas sus necesidades. Pues bien, para nosotros no es deber algo que surge espontáneamente, ya que el cariño, los besos, las sonrisas y los abrazos, no es algo que se imponga, sino que se da o no se da.
Queridos abuelos, os damos las gracias por todo lo que recibimos cada día y recordad siempre que vuestras cuidadoras son más que eso, son parte de vuestra familia y así deseamos que lo sintáis.
“Solo las personas que son capaces de amar intensamente pueden sufrir también un gran dolor, pero esta misma necesidad de amar sirve para contrarrestar su dolor y curarles”. (Tolstoy)
Mª Ángeles Mendoza Garrido
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