Premios-Miriam-Mariana-Toquero

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Escuché alguna vez que el tiempo lo cura todo y por un momento casi lo creo por completo sin cuestionar esa frase.
Hace ya casi cinco años vivimos la pandemia del COVID de la cual aún hay secuelas físicas, emocionales, económicas, pero nuestras fortalezas nos han permitido avanzar y adaptarnos a los nuevos cambios. Eso quiere decir que el trabajo consciente durante ese tiempo es lo que nos hace ser resilientes y quedarnos solo en espera a que la vida nos pinte una mejor cara no es la mejor opción.

Sin embargo la pandemia parece haber dejado huellas o tal vez ya existían, pero a través de ella muchos nos dimos a la tarea de ser más observadores y ver lo que pasaba a nuestro alrededor y en algunas personas; mucho se habla de aquellas personas optimistas que siguen adelante; pero a lo largo de mi camino me ha tocado conocer también a seres humanos que han perdido las ganas de tener un mañana, la ilusión de un nuevo proyecto, la esperanza de tener a sus seres queridos a su lado, su vida se ha quedado sin sentido y qué decir de aquellas que poco a poco dejan de saber quiénes son y cómo dirigir su vida por ir perdiendo las funciones cognitivas que nos permiten hacerlo, la vida en muchas ocasiones es compleja pero existe un universo justo que ante estas situaciones ha creado seres humanos capaces de acompañar y si es posible de generar cambios que les permita elegir libremente otra perspectiva a estas situaciones o ayudar a que el peso sea más ligero en su día a día.

Mi primer contacto con esta labor me permitió darme cuenta del trabajo interno de uno mismo, damos lo que somos, nuestros conocimientos, valores, emociones, afecto, pensamientos, creencias, nuestro yo completo impactará e influirá en la vida que está a nuestro cargo por lo cual tenemos una responsabilidad constante de arreglarnos y cuidarnos también a nosotros mismos para crear y construir una historia con el otro. Somos nosotros la conexión entre su mundo interno y el ahora, damos ayuda a quienes han perdido su equilibrio físico, mental y en ocasiones espiritual pero indudablemente es una ayuda mutua, aunque no lo sepan a través de ellos vamos desafiando y logrando retos que nos preparan para alguien más.

 

La muerte nos enseña a compartir, he despedido a grandes personas que sin duda se convierten en algo más que un paciente, nos volvemos amigos, tanto que al irse una parte de nuestra vida los acompaña y ellos dejan en nosotros una parte de la suya, ese dar y recibir se vuelve parte de nuestro día, nos dejan una historia que contar, una experiencia que nos vuelve más humanos, empáticos, altruistas y bondadosos, no siempre hay días buenos, en ocasiones puedes ser la mejor persona que está a su lado y otros eres el enemigo del cual ya no se acordaban, los días suelen ser tan dinámicos que a veces nos sorprendemos de tan gran paciencia y creatividad que tenemos, pero estoy convencida que trabajar y amar al mismo tiempo genera automáticamente este mundo creativo donde el lenguaje son las emociones que nos permiten abrazar sus alegrías, tristezas, enojos y penas, contemplar y recuperar la sensibilidad hacia la observación y entender de manera más clara que es lo que necesitan y que nos permite conectar con ellos.

Ser cuidadora es una vocación que descubrí de manera inherente al estrechar mi mano con cada una de esas personas que necesitaban mi apoyo.
Hoy en día me he dado cuenta de que necesitamos ampliar nuestro conocimiento y al mismo tiempo adentrarnos más a nuestra naturaleza humana, cuidar no es solo bañar, cambiar o alimentar, cuidar es seguir preservando la condición humana que nos permite trascender en esta vida.