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Conocí a Paco en el invierno de 2023; salía de una residencia donde permanecía deprimido y aislado; no se comunicaba con nadie. Estaba experimentando la frustración de un sueño hecho pedazos. Había trabajado muchos años, esperando jubilarse y disfrutar junto a su mujer los últimos años de vida. Pero la muerte de la madre de sus dos hijos lo sumergió en un abismo de depresión.

Comencé a convivir con aquel hombre triste, como su cuidador. Era imposible sacarle una palabra, y no quería salir de casa. Pensaba que su vida había terminado. Me impresiona el universo que hay en cada persona y gestionar sus emociones me causa satisfacción. En pocos días comencé a ver resultados de mi cariño, empatía y paciencia.

Poco a poco, Paco empezó a abrirse conmigo. Me contó que a los 22 años se fue de España a Brasil y allí vivió 52 años, lo que justificaba su español maquillado de portugués. En Brasil conoció a su mujer, de nacionalidad japonesa, con la que tuvo a sus dos hijos, Iván y Helen. Comprendí que lo que realmente necesitaba era alguien que le escuchase, alguien que le recordara que su vida no había terminado con la pérdida.

También se animó a salir en las mañanas a dar un paseo por el barrio. Cada paso que daba fuera de casa parecía un pequeño triunfo, un paso hacia la recuperación.

 

Un día, inesperadamente, me pidió que comprara unas pelotas de hilo para tejer. Me explicó que tenía una afición por el tejido básico en telar rectangular, donde se emplean agujas, una tabla rectangular con puntillas, y pelotas de hilo. Sin embargo, hacía mucho tiempo que no practicaba esa afición. Para mí fue como recibir un gran premio, el hecho de que se sintiera lo suficientemente animado como para retomar algo que lo hacía sentir útil y creativo.

Poco después, Paco tejió su primera prenda: una bufanda. La hizo con sus propias manos, y con mucho cariño y alegría, me la regaló. Aquel gesto fue más que un simple regalo; fue una señal de que, con el tiempo, había vuelto a conectar con un aspecto de sí mismo que creía perdido para siempre.

Hoy, Paco está junto a su mujer, en el descanso eterno, pero yo conservo la bufanda que me regaló. Para mí, es mucho más que una prenda de lana; es el premio que recibí por haberlo animado a volver a tejer su vida, hilo a hilo, después de haberla visto desmoronarse.