Como toda historia, esta comienza cuando tenía la tierna edad de 13 años, todo comenzó cuando yo dormía y en mitad de la noche irrumpió el evento que hizo que perdiera mi inocencia y me mostrase cual sería el cometido que me esperaría a partir de ese momento.

Mi madre tenía una enfermedad mental, que con la niñez había pasado desapercibida detalles como una comida en mal estado, cambios de humor, descuidada higiene personal, etc.

Ella accidentalmente cayó desde la ventana, con la fortuna de caer encima de un coche que le salvó la vida, terminó en la UCI y yo en un internado.

Al salir con 16 años, me esperaba su cuidado, atender una casa e intentar estudiar, mientras mi padre trabajaba y mi hermano no ayudaba. Yo aún no entendía en profundidad la enfermedad de mi madre y como atender sus necesidades, mientras trataba de sobrevivir al estrés de perder el poder vivir como una niña normal.

Poco a poco y día a día, iba luchando para que ella no volviera al hospital, pero sin saber cómo y cada vez que ella regresaba era como un jarro de agua fría.

A veces cuando ingresaba en el hospital, no quería comer y la tenían que sondar y cuando estaba muy enferma la tenían que sostener por su seguridad a la cama para que no se quitase las sondas…

 

Ella era mi madre, pero la madre era yo… yo no vivía demasiado, pero le daba toda mi vida a ella.

Así pasaron los años hasta que a los 18 no pude soportar más la responsabilidad bajo mis espaldas y me independicé.

Yo me fui a intentar vivir mi vida sin olvidar de visitas frecuentes, ayuda para ir al médico y todo aquello que pudiera necesitar... Hasta que volvía al hospital, lo cual era cada vez más frecuente. Yo estaba a su lado a pesar de mi apretado horario de trabajo y los desplazamientos me limitaban los descansos.

No me importaba o yo me decía eso si con ello... Ella volvía a casa y tenía algo de normalidad.

Hasta que esta historia se termina, un día de pandemia.

 

Ella ya tenía 60 años y la salud muy frágil, pero aun así su fortaleza siempre me ha sorprendido.

Yo llevaba un mes o así por la pandemia sin poder verla por preocupación. Ese día cuando me disponía a ir a trabajar llegó esa llamada, en la que sin saber por qué le dio una muerte súbita que me dejó sin ella. Afortunadamente tenía permiso de trabajo y cuando llegué no me querían dejar subir, aunque luego lo conseguí.

Me quedé totalmente sin aliento, no podía llorar... Se me había ido.

Yo que siempre había estado a su lado, la pandemia me quito ese momento y cuando llegué, ya no estaba...

Al principio no me di cuenta... Ya estaba descansando y yo también... Ya podía empezar a vivir mi vida sin tener miedo a recibir una llamada…

 

Perdí una madre siendo una hija que hacía de madre.

Y ahora con el tiempo comprendí que me había hecho un regalo en la que tatué una frase:

Me dejaste una gran fortaleza y te llevaste tanto amor

Y con estas palabras termino para decir que para mí siempre ha sido un orgullo tener una madre tan fuerte, que me ha enseñado a valorar las pequeñas cosas y que daría mil veces mi vida por tenerla un segundo a mi lado, te quiero mamá.