Qué sentido tiene luchar por la vida cuando la has olvidado, cuando lloras y no sabes por qué, cuando sufres y no entiendes nada, cuando estás asustado por lo desconocido, cuando la vida se vuelve oscura y los espejos te muestran a desconocidos, cuando luchas por una vida sin consciencia de ello.

El sentido de lo absurdo, el sinsentido del Alzhéimer.

 

Les lavo, les doy de comer, les estimulo, pruebo nuevas estrategias. Dejamos el ajedrez, pero aún continuamos con el dominó. Mi padre aún cuenta las fichas y traza estrategias que, aunque las veo venir, son pequeños triunfos. Mi madre ya hace tiempo que lo olvidó, pero le divierte ser mi compañera de juego enfrentándonos a mi padre. Con mi madre reímos, cantamos con las victorias y escenificamos una fingida tristeza con las derrotas. Me quedo observándola cuando le doy las fichas y las coloca con sumo cuidado en una cajita que le he dado y que le permite mantenerlas sin que se le caigan, ella las controla y me las va dando cuando se lo indico, me mira, mira a mi padre, mira las fichas ya colocadas en la mesa, y a veces me sorprende señalándome una y preguntándome si esa sería la correcta, y sí, esa sería la correcta. Mientras mi padre pone esa cara que ponía cuando hacia cualquier cosa antaño, serio y concentrado, como quien está urdiendo un plan vital para la humanidad, le sigue gustando ganar y se turba con las derrotas, sigue siendo el mismo padre competitivo en todo hasta la médula que yo conocí, que nunca nos daba ventaja, que nos hacía sudar cualquier pequeña victoria, antes esto me hacía perder los estribos, ahora me saca una sonrisa ¡Mamá, papá os quiero! Gracias por seguir a mi lado.

 

Y así se suceden los días, luchando por ver la vida con alegría, magnificando todo lo bueno y relativizando todo lo malo, ésta es la clave. Me niego a pensar que los he perdido, a veces ya no me reconocen y haga lo que haga no van a mejorar. La vida de mis padres se ha convertido en un sí pero no, y siempre en un quizás. No dudo que esto es lo mejor que puedo hacer. Entonces ¿Por qué lloro? ¿Por qué estoy triste?

Qué sentido tiene luchar por la vida cuando te hace daño, cuando lloras y no sabes por qué, cuando sufres y no entiendes nada, cuando estás asustada por lo desconocido, cuando la vida se vuelve oscura y las esperanzas se pierden, cuando estás luchando por una vida sin éxito. El sentido de lo absurdo, el sinsentido del cuidador en el Alzhéimer.

Pero, cuidar a quien te necesita es un acto de vida y amor, es una entrega al infinito, a lo indescriptible, es el cielo y el infierno al mismo tiempo, es la impotencia y el orgullo, es llevar a diario una labor que nunca será realmente ni reconocida ni recompensada, porque es imposible.

Cuando todo esto haya pasado y mis padres ya no estén junto a mí, no sé qué recordaré ni qué sentiré, dicen que el tiempo cicatriza las heridas, pero, ¿qué heridas? Cuidar a mis padres no me las ha producido, la única consecuencia que ha tenido es obligarme a parar mi vida, a redirigirla y en el fondo a pensar, a pensar mucho. No sé qué será de mí después de tantos cambios y adaptaciones y readaptaciones, que no sólo me han afectado a mí, sino también a todos cuanto quiero y me rodean, especialmente a mi marido y a mis cinco hijos.

 

Dicen que la vida está hecha de caminos que se toman, a veces para bien otras para mal, no sé cuál de los dos he escogido, pero no me arrepiento de mis decisiones, las volvería a tomar.

Pienso en cómo he cambiado y en cómo cambio y evoluciono día a día. Me sorprendo a mí misma, me sorprende mi marido, me sorprenden mis hijos, me sorprenden aquellos amigos que a pesar de todo siguen a mi lado, incluso mis padres no dejan de sorprenderme. Me centro en mis errores, en mejorar, expando la mirada más allá de mis padres, más allá de mí misma, lucho por encarar la vida en su totalidad. Y a veces en este camino, me permito el lujo de llorar, de enfadarme, e incluso de equivocarme ¿Y qué? ¿No consiste en esto la vida?