Resolver conflictos sin que haya vencedores ni vencidos es posible gracias a la mediación. ¿Quieres saber más sobre esta figura y cómo te puede ayudar? La mediadora Mª Carmen Marín nos detalla sus funciones.
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Para afrontar las posibilidades que ofrece la mediación primero hay que comprender bien en qué consiste.
Se trata de un mecanismo para resolver conflictos en el que las propias partes acuden voluntariamente a un mediador que facilita la comunicación entre ellas y las ayuda a que encuentren por sí mismas la solución.
Además de ser voluntaria, la mediación es confidencial. El mediador actúa de forma totalmente neutral e imparcial, y los participantes pueden abandonar el proceso si lo desean. Lo que se diga en la sesión de mediación se queda ahí.
La mediación no solo trabaja de cara a resolver el problema puntual y concreto, sino a generar un espacio para que las partes aprendan a comunicarse y a resolver las nuevas situaciones que se les puedan plantear.
Vista así, la mediación sin duda ofrece muchas ventajas porque las partes son las verdaderas protagonistas. A diferencia de lo que pueda ocurrir en un juicio nadie va a decidir por ellas. Tienen todo que ganar y nada que perder.
El hecho de cumplir años implica en la mayoría de los casos que nuestras facultades físicas o mentales se vayan deteriorando. Asumir las limitaciones propias de la edad no es una transición fácil y en muchas ocasiones se produce de una forma traumática por algún accidente relevante: una caída con o sin rotura de huesos, un ictus, un incendio, una inundación por descuido, una ingesta incontrolada de medicamentos, pérdida continúa de objetos (cartera, llaves, etc.).
Te suenan todos estos casos, ¿verdad? Pues en esta transición la mediación puede sernos muy útil para afrontar mejor las nuevas necesidades.
La comprensión: la base de todo
En un primer nivel se trata de hacer entender a nuestro mayor, desde el cariño y el respeto, que su situación ha cambiado y que necesita ayuda. A menudo esta primera transición se convierte en una peregrinación continua de cuidadores. Muchas veces, no porque no sean buenos profesionales, sino por la profunda animadversión que les tiene el “paciente”. Así, el trabajo se hace absolutamente insoportable.
Sin duda es muy duro reconocer que “me he hecho mayor". El sujeto se plantea: "ya no puedo hacer las mismas cosas, pero de ahí a que deje de ser una persona adulta y que los demás puedan decidir a mis espaldas sobre mi vida hay un abismo. Sí que es verdad que pueden existir lagunas en mi memoria, incluso algún trastorno, pero si se va a decidir sobre cómo y de qué forma voy a pasar el resto de mis días, como mínimo debería tener la oportunidad de opinar”.
El mediador cuenta con las habilidades y técnicas necesarias para conseguir que el mayor se sienta escuchado y también para hacerle comprender sus nuevas necesidades.
De esta forma se genera el espacio adecuado para que participe activamente en la toma de decisiones y así, implicarlo junto con el resto de la familia en el problema y su solución, devolviéndole así el protagonismo que nunca debió perder.
Si en los procesos matrimoniales la ley ha decidido que debe escucharse al menor a partir de los 12 años, deberíamos presumir que nuestros mayores conservan como mínimo un discernimiento similar.
Usando la mediación se tienen más posibilidades de resolver realmente la situación porque nuestro mayor ha reconocido que necesita ayuda y al menos ha intervenido en la decisión.
Cuando el mediador es indispensable
El segundo nivel en el que la mediación puede sernos útil es para aquellos supuestos en los que la situación requiere una intervención mayor y urgente, en la que deban implicarse los distintos miembros de la familia.
En ocasiones será este el nivel al que se acceda directamente, porque no haya un periodo de transición previo. Los hijos, nietos, sobrinos, etc., de estos mayores tienen que sentarse a hablar de una forma adulta, educada y responsable. El mediador es un instrumento muy útil, sino imprescindible, para facilitar su comunicación.
Puede que algunos familiares ofrezcan su disponibilidad para el cuidado, por no tener recursos suficientes. Otros prefieren contribuir económicamente, asumir la gestión del patrimonio o acompañar a los médicos y obtener las recetas.
En todo caso se pueden explorar todas esas opciones y sacar a la luz las necesidades del anciano y también las preferencias y disponibilidad de cada uno de los miembros de la familia, implicándolos en la toma de decisiones. Todos deben hacerse responsables de las decisiones que se adopten, lo que implicará muchas más posibilidades de éxito.
De esta forma, se consigue restablecer la comunicación para que la familia sepa adaptarse de forma flexible, sin que el peso de los mayores tenga que recaer en exclusiva sobre una única persona.
En muchas ocasiones el hecho de que la familia no se siente a hablar de una forma ordenada y respetuosa para afrontar el problema entre todos, genera y acumula malentendidos, abusos y menosprecios. Éstos pueden incidir negativamente no solo en el cuidado y visitas a la persona mayor, sino también en la propia familia. Puede incluso dañar para siempre su equilibrio.
De hecho, en casi todos los procedimientos judiciales relacionados con la distribución de una herencia subyacen este tipo de situaciones, que no han sido bien gestionadas y han terminado por gangrenar el sistema familiar.
Optar por una residencia
Por último, el tercer nivel de intervención con mediación sería en el nivel asistencial. Se trata de intentar gestionar mejor la comunicación del mayor y su familia con los profesionales: cuidadores profesionales, médicos, ATS, fisioterapeutas, limpiadoras, cocineros...
La acomodación a las normas de convivencia de una residencia no siempre es fácil. El mayor y sus familiares pasan de la plena libertad en los horarios, la comida o el ocio a tener que aceptar las reglas y horarios del centro, lo que puede implicar cambios drásticos de hábitos.
En la medida en que se utilice la mediación para gestionar los desencuentros que pueden existir en temas como medicación, higiene, cantidad y calidad de los alimentos, forma de dar la comida, horarios, espacios compartidos, etc., se mejorará la convivencia y se potenciará el respeto por unas imprescindibles normas, sin necesidad de imponerlas.
Muchos de los problemas que se generan en este ámbito no derivan de las patologías o modelos de asistencia, sino que son problemas de comunicación. La razón es que no se establecen los cauces adecuados para gestionar de una forma rápida, efectiva y, sobre todo, respetuosa, los desencuentros que inevitablemente se van a producir. Ya hay algunas residencias que se han dado cuenta de la utilidad de la mediación y la ofrecen desde los propios servicios de atención al paciente.
En definitiva, la mediación es un buen recurso, útil, ágil, amable y respetuoso, que permite trabajar de cara al futuro de una forma positiva.
Gracias a esta figura se pueden explorar las mejores opciones para que nuestros mayores se encuentren siempre lo mejor asistidos posible, al tiempo que se respeta y escucha su opinión.
De esta forma, nuestro mayor nunca se sentirá menospreciado y se aumentará la implicación de la familia en la toma de decisiones. Esto permite que todos asuman su responsabilidad al haber negociado, en vez de haber impuesto, las medidas. Así se contribuye a que los miembros de la familia cuenten con unos cimientos sólidos para afrontar las dificultades que la vida les pueda deparar.
Por eso desde aquí te animo a que si se te has sentido identificado con alguno de esos problemas, si consideras que la situación está perturbando tu orden familiar, no lo dudes y acude a un mediador profesional experto en familia.
Muchos Ayuntamientos y Comunidades Autónomas ofrecen esos servicios desde los modelos asistenciales a las familias. Por ejemplo en Madrid desde los CAF, Centros de Atención a las Familias, pero también los Colegios de Abogados, de Psicólogos y las Asociaciones de Mediación pueden ayudarte a elegir al profesional más adecuado.
Mª del Carmen Marín Álvarez. Secretaria Judicial y Mediadora Familiar