En la Enfermedad de Alzheimer, así como en todas las enfermedades, el objetivo principal es proporcionar el bienestar de la persona enferma y su cuidadora, así como mantener lo máximo posible la calidad de vida de ambas. La psicóloga María Dolores Villegas nos cuenta cómo conseguirlo.
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Para ello, es importante que se mantengan activas las funciones que conserve la persona enferma y que esté comprometida con actividades que le resulten de interés o gratificantes. Estas actividades pueden considerarse como herramientas terapéuticas.
Las personas con demencia pasan la mayor parte de su día sin hacer ninguna actividad. Esto puede derivar en:
- Aislamiento social.
- Aumento de la dependencia.
- Empobrecimiento de la calidad de vida.
- Aumento de síntomas comportamentales y psicológicos tales como la agresión, la agitación, la depresión y la apatía.
Sin embargo, que la persona esté involucrada en una actividad le puede permitir:
- Reducir la frecuencia e intensidad de problemas comportamentales.
- Aumentar emociones y sensaciones positivas.
- Mejorar su calidad de vida.
¿Qué beneficios puede aportarle realizar alguna actividad a la persona enferma?
- Mantiene el sentido de la personalidad y la conexión de la persona consigo misma. Ayudan a que la persona se sienta ella misma.
- Permiten que continúen los roles significativos que tuviera la persona antes de la enfermedad hasta el presente.
- Llenan de significados importantes y propósitos su vida diaria a pesar de la enfermedad.
- Beneficios fisiológicos:
- El ejercicio mantiene la fuerza física, el equilibrio y la salud cardiovascular.
- Fomentan unos patrones diurnos regulares.
- Mejoran el sueño y el descanso.
¿Hasta qué fases de la enfermedad se pueden hacer las actividades?
Las actividades pueden hacerse hasta que las capacidades de la persona estén tan deterioradas que se lo impidan.
Se puede pensar que el momento idóneo es la etapa leve, que es donde pueden aportar más beneficios o donde sean más conscientes. Pero no es así, ya que en la etapa moderada contribuyen a que se mejoren los síntomas, y en la severa pueden conseguir relajar a la persona y hacerla conectar con su medio social y físico, por lo que se puede usar en todos los estadios de la enfermedad.
¿Cómo deben ser las actividades?
Hay que elegir aquellas que despierten los intereses previos de la persona a la enfermedad o los actuales. Se puede recurrir a las que realizaba durante su trabajo o hábitos que solían hacer. Además de elegir una actividad interesante para ella habría que proporcionarle los materiales o herramientas adecuadas para poder llevarla a cabo.
La persona puede tener las habilidades deterioradas, por lo que hay que adecuarlas a la nueva capacidad que tenga.
Esto puede hacerse mediante la simplificación. Es decir, reduciendo, por ejemplo, el número de veces que tenía que hacer la actividad o reduciendo el número de pasos que tenía que hacer para conseguir el fin último.
Así como se puede modificar la actividad, también se pueden modificar los materiales o herramientas que tenga que utilizar la persona para lograr el objetivo, adecuándolos a sus capacidades/habilidades.
Además de esto, se puede ayudar a la persona mediante indicaciones verbales, con gestos o con una lista en la que se indiquen los pasos que tiene que seguir. De la misma forma que se le puede ayudar, se le puede elogiar y animar con frases positivas sobre lo bien que lo hace.
También, hay que ser flexibles en cuanto a la actividad, es decir, hay que olvidar las reglas. Las reglas pueden frustrar a la persona enferma e incluso conseguir que pierda el interés de la actividad. El objetivo que pretendemos es que se involucre en la actividad y se sienta segura mientras la hace, no importa si lo hace mejor o peor o si no aprende nada nuevo mientras la realiza.
Para la etapa moderada, lo mejor son actividades repetitivas como pasar la aspiradora y utilizar la motricidad gruesa, como recoger objetos y colocarlos en su sitio.
Habría que utilizar la memoria procedimental, es decir, donde se almacenan los conocimientos que tenemos automatizados y no requieren un nuevo aprendizaje. Al ser movimientos automáticos los que se realizan, se evita el estrés. Lo más importante es saber aprovechar las capacidades que mantiene la persona para la realización de las actividades.
Es fundamental considerar la hora del día para el uso de unas actividades u otras. Aquellas más activas o exigentes deben realizarse por la mañana o el mediodía, mientras que las que sean más tranquilas es mejor dejarlas para hacerlas por la tarde. De esta forma se consigue que la persona esté relajada para la hora de dormir y le ayude a descansar.
Otra consideración a tener en cuenta es que las actividades tendrían que incorporarse en una rutina diaria. Así, se evita el estrés de tener que realizar algo de improviso y la persona termina por interiorizarla y comprometerse con la misma.
Hay que ajustar el nivel de luz y/o ruido, así como el espacio necesario para crear un medio tranquilo y que la persona pueda hacer su actividad a gusto.
Si quieres que la persona a la que cuidas realice alguna actividad, pero no se te ocurre lo que puede hacer o cómo adaptar la actividad a sus capacidades, puedes recurrir a un/a profesional para que te asesore al respecto.
En resumen, se ha demostrado que los síntomas comportamentales mejoran cuando la persona enferma se involucra en una actividad de interés, ya que sienten y muestran placer. Esto además contribuye a reducir la carga del cuidador, ya que le permite restar horas de supervisión y a relajarse mientras la persona está inmersa en la actividad.