Hola mamá, te voy a contar una historia que igual, en algún momento reconoces.

Hace 11 años empezaste a olvidar cosas, primero las llaves, luego la cartera, un día se te olvidó apagar el fuego de la hornilla donde estabas haciendo mi arroz favorito. Ese fue el último día que lo comí, aún quemado, no he vuelto a comer otro igual.

Busqué la forma en la que conciliáramos tus necesidades con las mías, tus exigencias con mis objetivos y no fue un proceso fácil. Empezaste a olvidar a gente que conocías, olvidaste dolores que te dolían y sobre todo olvidaste quién eras tú.

En ese proceso busqué caminos posibles, caminos que hicieran nuestra convivencia más fácil. Es verdad que pariste tres hijos, pero también es verdad que me tocó cubrir las caricias de tres, los besos de tres y el cariño de tres. Fue difícil, porque yo era uno, uno para todo, pero sobre todo uno para ti.

 

Tuve que dejar de trabajar para poder atenderte, tras tu segunda caída y operación de cadera todo se hizo más difícil. Contratar a alguien que te tuviera atendida mientras yo trabajaba era complejo, la que no fallaba en el horario, nos dejaba tirados, la que era buena no podía y la que podía no sabía, con lo que finalmente mi sueldo se iba en pagar a estas personas que, de una forma u otra, hicieron lo que pudieron.

El día que dejé de trabajar para cuidarte fue una decisión muy pensada pero nunca imaginaba que conllevaría tanto esfuerzo, tanta lucha contra una guerra que de entrada sabía que había perdido, pero no me quedaba otra que ir ganando batallas o al menos, lucharlas.

En ese proceso, pasamos muchas dificultades. Intenté por todos los medios que tú nunca sintieras las carencias, pero tras nuestro viaje de Málaga a Badajoz para encontrar una mejor vida con mi trabajo, nos encontramos solos tú y yo en una ciudad donde no teníamos a nadie, con la lucha del día a día.

 

Las ayudas llegaron muy tarde y mientras llegaban y no, tenías que ver el sol de cada día, vivíamos en un primero sin ascensor, cargarte día a día para bajar las escaleras, subirlas, con el tiempo me pasó factura, pero…qué buena factura pagada con dolores que fueron tus risas, tu querer vivir, tu “no pasa nada”, ¡cuántas risas en esos paseos y cuántas broncas! Porque tú ya no tenías filtros y me tocaba ir justificando cada una de tus acciones y palabras.

Aprendí a lavarte, asearte mañana y noche, cambiarte pañales, limpiar tus dientes, ponerte y quitarte la dentadura, hacerte las uñas, peinarte, aprendí hasta a ponerte rulos y mira que yo soy calvo… como tú me decías ¡Ay mi pelao! Te maquillaba, te vestía, te medicaba, a veces hasta hacía de médico y con una pastilla de sacarina tu dolor desaparecía.

Te fuiste sin una escara, sin un rasguño, hidrataba tu piel, te di menos besos de los que me pedías, aunque ese primer beso de la mañana no me lo perdonabas. No te imaginas cuántos te di cuando cerraste los ojos en mi pecho para no abrirlos más.

 

A pesar de todo eso mamá, y de los momentos bonitos contigo, fue muy duro, muy difícil, hubo momentos tremendamente dramáticos, sin salida, sin soluciones inmediatas. Mi paciencia fue muriendo contigo. No sabía cómo hacer nada y todo siempre me parecía mal.

Decidí formarme para cuidarte y finalmente me hice Auxiliar sociosanitario, estudié mil cursos relacionados con el Alzheimer, y empecé a poner en práctica contigo aquello que iba aprendiendo para tenerte lo mejor posible.

Empezamos a trabajar con el Flamenco y la Copla que tanto te gustaba, recordábamos palabras, canciones, ciudades, colores y un día… me contaste tu mayor sueño, tú querías ser bailaora y yo que tenía en mis manos la posibilidad de cumplir tu sueño, porque quizás no te acuerdes pero yo soy bailaor y gracias a eso conseguí que con 86 años y Alzheimer te subieras a un escenario, te hicieras artista, giraras por toda España y ni siquiera cuando vino la Pandemia, que tú no la recordarás porque hicimos de nuestra casa tu escenario, pasaron los días, las semanas y los meses y volvimos a los teatros y finalmente cuando estábamos en el mejor momento… te fuiste, me quedé sin ti, sin tus cuidados, sin mis traumas, sin mis frustraciones, sin nuestras risas.... A pesar de todo, volvería a cuidarte, a mimarte, pero mamá… ¿Y ahora qué?