Soy de los muchos hombres y mujeres que nacimos en la década de los 60, los llamados “baby boomers”, y que ahora también rondamos los 60 años. Muchos de nosotros nos encontramos en la también llamada “generación sándwich”, ya que por un lado tenemos a nuestros hijos a cargo y también tenemos, con suerte, el poder seguir disfrutando de nuestros padres. En mi caso, mi padre falleció en 2020, con casi 85 años y todavía tengo la fortuna de tener a mi madre, con bastante salud a pesar de que va a cumplir 84 años.
Quiero compartir mediante este pequeño relato, la enorme satisfacción que siento de haber podido disfrutar de mi padre durante todo ese tiempo, así como de haberlo cuidado, tanto físicamente como emocionalmente, durante los últimos años en los que ya fue dependiente y necesitaba de la ayuda y compañía de su mujer, hijos, nietos… así como de la asistencia de un cuidador profesional.
Pienso que mi padre fue muy afortunado y se fue al Cielo como él quería: desde su casa, rodeado de su familia y en gracia de Dios, porque era muy creyente. Tuvo la suerte de encontrar una mujer, mi madre, con la que vivió más de 65 años, desde que la conoció. Celebró sus bodas de plata, oro, rubí y diamante con toda su familia, tras volverse siempre a casar en una celebración religiosa que siempre precedía a la fiesta.
Él me transmitió muchos valores, como es la Familia, la devoción a su Virgen de las Angustias o al Sagrado Corazón, o la defensa de su Patria o de la bandera de España. Lo recuerdo cantando “…tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor y el que tenga esas tres cosas que le dé gracias a Dios…”. Su amor a la familia estaba muy por delante del dinero.
Creo que todos debemos de ser cuidadores, ya que es la evolución natural de la vida: nacemos siendo cuidados, cuando nos hacemos mayores nos hacemos cuidadores (ya sea de nuestros propios hijos o de nuestros padres o abuelos) y al final de los años (si hemos tenido la suerte de no pasar por enfermedades o discapacidades importantes) volvemos a necesitar que nos cuiden, por no ser capaces de realizar lo que se llaman las actividades básicas de la vida diaria (asearnos, vestirnos, alimentarnos, movilizarnos…).
Yo he procurado siempre cuidar a mi padre y a mi madre, desde que me hice mayor y me independicé financieramente, aunque ellos no lo necesitaran, pero ha sido a partir de cumplir los 80 años cuando han ido requiriendo de mayores cuidados y haciéndose dependientes.
Al igual que yo, afortunadamente, hay millones de personas que hacemos lo mismo: cuidar a nuestros padres al igual que ellos cuidaron de nosotros. La enfermedad, la vejez, la soledad o la Dependencia pueden ser situaciones muy duras, pero nadie nos podemos sentir insensibles hacia ellas, ya que a todos nos pueden tocar. Ahora me ha tocado a mí, primero atendiendo a mi padre en todo lo que necesitaba y lo mismo haré con mi madre, a la que cuidaré todavía con mayor dedicación, ya que tengo que compensar la pérdida de su marido, mi padre, con quien convivió alrededor de 65 años.
La labor de cuidar tanto de la salud física como de la emocional puede convertirse en una labor dura o muy dura y que requiere aprendizaje, esfuerzo y dedicación, sobre todo en las personas mayores, donde cada vez van pesando más los recuerdos que las ilusiones, la mejor definición de vejez que he oído, ya que de esa forma la definición de vejez no tiene edad.
He tenido la suerte de plantearme la labor de cuidar como un derecho y una obligación, en la que ha primado muchísimo más la alegría y satisfacción de cuidar a mis padres, hijos, mujer y seres queridos que el esfuerzo que conlleva dicha labor. Adicionalmente, cuando desgraciadamente llega el momento de despedirte de tus padres o de las personas que has cuidado y haces balance de tu comportamiento, dedicación y actitud hacia ellos, si dicho balance es positivo, la satisfacción y tranquilidad espiritual te acompañarán el resto de tu vida, recompensando con creces todos los momentos que requirieron de tu esfuerzo.
Animo a todas las personas a que cuiden de sus mayores o dependientes como les gustaría ser cuidados. Es lo natural y tiene un saldo muy positivo: la satisfacción de haber cumplido con tu deber de cuidar.