Suena el teléfono por la mañana, aparece en pantalla un número desconocido. Al desconocer de quien se trata escucho antes de dirigirme a la persona que está al otro lado de la línea. Sentado cerca de la ventana, que el aire corra; mientras, se dirige hacia mí una mujer desconocida, ella dice ser la pareja de la persona que he atendido durante varios días.
Me pregunta cómo se encuentra él a lo que respondo con la demanda que compartió conmigo en días anteriores, y la segunda es que no se cree que los familiares de su pareja lo hayan tratado bien, a lo que añade, en ocasiones me ha llegado a decir que siente como si no valiera nada y que siente un vacío muy difícil de explicar.
Sigo escuchando lo que refiere la pareja de mi usuario, y observo otra llamada entrante, en esta ocasión se trata de la persona que contrató el servicio conmigo. Al hacer referencia de lo que me está sucediendo comparto mi inquietud y redirijo la conversación hacia lo que espera de mí, así como la valoración que hace de la atención que he aportado a su pareja. Mientras sigue entrando la llamada me confesó que le gustó mucho cuando lo abracé. Agradezco su aportación, paso a despedirme y respondo a la llamada, escucho su tono acelerado, me pregunta también por el estado de su familiar, mi respuesta es la misma que en la primera llamada; expongo la demanda de la persona que atiendo. Al finalizar mi breve exposición, escucho al otro lado del teléfono una retahíla de justificaciones de “lo mucho que hemos atendido a…” puntualizando un “ha sido una bala perdida” en tono de resignación.
Trato de confeccionar en mi mente la historia de vida familiar recreando escenas. Mientras que en mi pensamiento y dentro de mi siento curiosidad por la causa de la contrariedad de mi cliente. Trato de reconducir la conversación, al fin y al cabo, me contrató para algo, luego ¿Qué espera de mí?
La conversación de mi cliente se transforma en un monólogo de mí, desea “por el bien de…” su familiar facilite las gestiones necesarias para que vaya a un centro. He de reconocer que me quedé por un instante sin saber qué decir, pero me atrevo a indicarle que cuando acuda a su habitación para estar con su familiar he de reunirme con el facultativo de planta y escuchar también lo que desea mi usuario. Entre tanto, sentenció en tono paternalista que “lo mejor es un centro para que esté atendido día y noche”.
Me dirijo al hospital, y en la habitación de mi usuario, curiosamente estaba su pareja allí sentada junto a él cerca de la cama. Después de saludarlos le pregunto sobre cómo va todo y le muestro lo que sentí la última vez que hablamos por teléfono. Entonces, nos dirigimos ambos al pasillo y en un gesto de complicidad me dirijo al puesto de control mientras me ofrezco para seguir la conversación que teníamos sin finalizar. Un enfermero dice que se pasará por la habitación y que dentro de dos horas pasa el medico por la sala.
Vamos a la cafetería y le pregunto sobre la relación que llevan entre ambos, al hablar desde cuándo conoce a mi usuario observo que han transcurrido más de dieciocho años desde la primera vez que se conocieron y por lo tanto se ha tratado mucho con la familia de él. En esta ocasión hay dos palabras que se repiten al retratar a su entorno más cercano: la indiferencia y la evitación. Ella se culpa por su pasado, a lo cual le animo a que siga comentándome, miro el reloj y observo que queda poco para la visita del médico, le pregunto sobre el lugar donde le gustaría que fuera tratado su pareja.
Subimos a planta y nos tropezamos con el médico, dice que está para el alta, al hablar con mi usuario pide que le busque una persona para que haga las tareas domésticas en su casa, el resto del tiempo desea “vivir la vida” sin esperar nada de nadie.