Trabajadora social con una persona mayor en una consulta.

Estudié Trabajo Social con la inocencia y la arrogancia de querer cambiar el Mundo. Quería conseguir la Paz Mundial, la erradicación de la pobreza y la igualdad entre todas las personas, por eso ante la pregunta de un profesor el último año de carrera de en qué queréis trabajar, yo contesté; “me da igual el sector, pero no con mayores”, ya que creía (inconsciente de mi) que ahí no se podría cambiar nada, más la vida me llevó a trabajar en un centro de día, donde comprendí lo equivocada que estaba.

Me di cuenta cómo las personas mayores con independencia de su estado físico, cognitivo y/o social y sus familias solo necesitan una persona que las escuchase, que las ayudase y las guiase en el proceso de envejecimiento.

 

Aprendí el valor de tratar a las personas mayores como mis iguales y a poner en práctica esas frases que me decía mi abuela de que “las personas son mayores no viejas”, “que tú tendrás mucha universidad, pero más carreras tenemos los que nos hemos criado en el campo” y un largo etcétera de frases que lo único que querían decir es que no se puede discriminar a una persona mayor por sus años, sino que se tendría que valorar por todo lo que ha vivido.

Aprendí lo que duele la pérdida y, sobre todo, aprendí la tristeza de ver cómo las personas perdían su capacidad cognitiva y se perdían en sí mismas, dejando de estar unidas al resto. Aprendí el dolor que causa el deterioro cognitivo y aprendí cómo no culpar a sus familias antes los sentimientos de odio que aparecen a veces ante la sobrecarga familiar.

Aprendí la importancia de pedir ayuda y aprendí que por muy profesional que seas, siempre habrá alguna persona o familiar que no podrás ayudar o que te tocará más el alma.

Aprendí que la mejor terapia no es la cognitiva ni la física, sino el compartir, el escuchar y el animar a las personas que acuden al centro de día. Aprendí que las familias no quieren un listado de recursos sociales ni unas pautas de cómo atender a los suyos, sino una voz amiga que las acompañe y las entienda en lo que necesitan.

 

Aprendí que nuestro trabajo consiste en recordar el valor de las personas y la importancia de sus vidas.

Aprendí que mi responsabilidad iba más allá de un papel y cómo tenía que contribuir a la mejora de los últimos años vida.

Aprendí que, sí que cambiamos el Mundo, cambiamos el mundo de muchas personas y me di cuenta de la suerte que había tenido de poder disfrutar de tantas personas y comprender por fin, todo lo que mi abuela me había enseñado.