Nietos con su abuela, protagonistas del relato.

Hace un poco más de cuatro años, precisamente dos días antes del Día de la Madre, dejaba este plano terrenal una persona que tanto a mí como a mis dos hermanas nos dejó no sólo enseñanzas, sino innumerables recuerdos que hasta hoy, al menos en lo personal, conservo.

Mi abuela materna, quien durante años padeció el cáncer de colon desde los 46 años hasta el último día de su deceso a los 87 años; quien después de algunos años contrajo la enfermedad de Mal de Parkinson y metástasis que la llevó a estar en silla de ruedas, fue una guerrera con mayúscula. Haber tenido la dicha de haberla podido asistir en todo sentido, puesto a que conviví con ella toda mi vida, me ayudó a comprender innumerables cosas.

 

Los horarios de la medicación, la comida, los cuidados desde la colocación de una cama ortopédica hasta detalles mínimos, aún hoy conviviendo en la misma casa, me pregunto: ¿Cómo sería la vida hoy con sus 92 años? Admito que no ha sido fácil sentarme a escribir esto, sin embargo, me siento gustoso de revivir aquellos momentos – quedándome con la parte amena de todo lo vivido. Cuesta muchas veces, recorrer lugares o hurgar en objetos donde está presente de alguna manera.

De aquellos momentos vividos, recuerdo que siempre nos decía que desde el momento en que supo de su enfermedad, ella la asumió como tal. La recuerdo cocinando, limpiando, lavando, paseando, viajando, pero siempre con una sonrisa a cuestas… de esas sonrisas que transmitían algo siempre. Con el devenir del tiempo, nos instó a luchar y a seguir por la vida a pesar de los momentos difíciles que nos tocara vivir.

La vocación de servicio, la entrega, el deseo de notar leves mejorías a quien está sufriendo, me permitió ponerme en el lugar del otro, como infinidades de veces lo hago, pero de un modo muy especial. El ver sufrir a otro hace que nuestras cargas se multipliquen, aunque nuestras responsabilidades sean mayores. Verse fuerte por fuera y débil por dentro, hizo que me fortalezca un poco más que antes y el amor se agigante más aún.

 

Mi abuela materna transitó sus últimos años rodeada de amor, afecto de nietos que supimos entregarle más que amor… y hasta llego a pensar que alivianamos sus cargas de alguna manera. Ya hoy, después de tanto tiempo, no hay un solo día de mi vida que me arrepienta de haber vivido con ella hasta incluso reflexiono si todo lo que hice, fue suficiente.

Como dije anteriormente, mi abuela materna transitó su enfermedad con una sonrisa a cuestas; capaz de reírse de sí misma, y que aún hoy, al cerrar los ojos puedo oír en el silencio de la noche, acompañado por el sonido de un llamador que tenía cuando necesitaba algo, hasta la última semana de vida donde transcurrió sus días.

Durante su enfermedad, ella podía realizar múltiples tareas del hogar sin dificultad alguna, sí sorteando obstáculos como siempre en la vida cotidiana de cada hogar. Incluso viajar con todos los recaudos de su enfermedad, recuerdo haberla acompañado siempre a realizarse estudios de salud, al médico, sabiendo prácticamente todo su historial clínico.

A medida que el tiempo pasa, nos damos cuenta que el tiempo que nos queda en esta vida, es efímero. Disfrutar de nuestros afectos, amigos, conocidos, compartir el tiempo que nos queda con personas a quienes muchas veces descuidamos por vicisitudes de la vida, nos hace pensar que vivir el día a día, es primordial.

 

En líneas generales, haber asistido a un enfermo ha sido una tarea de mucha contención, afecto, amor e incluso debo admitir que centenares de veces he descuidado de mi vida personal para cuidar a una persona que prácticamente entregó parte de su vida al cuidado de sus nietos.

Hace un tiempo leí que cuando uno aprende el "Momento Morti”, el recordar que vamos a morir, que somos finitos y que nuestro tiempo discurre como las arenas del reloj, puede suceder algo maravilloso, sabernos aún latientes y desde ahí construir una vida más plena.

Finalmente debo confesar que la vida está hecha de instantes y que muchas veces las agujas internas de nuestro reloj, van más rápido que el mundo exterior.