El objetivo de este relato es reflejar todo el amor y cariño que se puede tener a una persona, aunque no sea de tu sangre, de tu familia, a la que se cuida, se respeta y admiran sus valores.
Cuando conocí a María Herrero (tengo su permiso para decir su nombre) por primera vez, observé unos ojos limpios, pero llenos de dudas y resentimiento. La mascarilla tapaba parte de su cara, por lo cual era difícil percibir expresiones más allá de la incomprensión, la duda y los sonidos del ambiente.
Comencé a cuidar a María en septiembre de 2020, el relato podría comenzar: María, 77 años, natural de Cuenca...pero así podrían comenzar muchas historias, en ésta lo importante sería resaltar las palabras de María: “necesito ayuda, tengo miedo”.
María sentía mucha culpa y soledad, a pesar de sus cinco hijos, expresa que no lo ha hecho bien en la vida, apareciendo a viva voz el resentimiento constante de no sentirse querida.
María vino de su pueblo a Madrid, siendo niña con nueve años, a limpiar en casas, muy joven se casa con su marido, el cual no la acompaña a lo largo de su vida, expresando que ha sido ella la que se ha hecho cargo del cuidado y educación de sus hijos y que ahora lo que más siente, es que no están ahí, sintiéndose desamparada y también indica que siempre ha dado más de lo que ha recogido, expresando la falta de justicia.
Al encontrarnos en su hogar, comenzamos a utilizar las fotografías y álbumes de la familia para relatar su historia y vivencias y legitimar esas emociones al ir haciéndolas presente.
A todo esto, hay que añadir que uno de sus hijos, el mayor, José, sufre psicosis paranoide desde los 19 años, y desde entonces vive en su casa, sin más compañía que la de su madre y sus libros.
El inicio del cuidado emocional.
El inicio no fue fácil, lo que hago es hacerle consciente de todas sus fortalezas: su valentía, su perseverancia, estaba yendo a leer y escribir a un Centro Social, antes que la pandemia lo cerrara, y volvemos a recoger esa fortaleza de apertura y curiosidad. María es muy creativa y retomamos el aprendizaje con las fichas de caligrafía, ortografía y cálculo, comenzando a sentirse mejor.
Poco a poco volvemos a mirar atrás, a su infancia, a una infancia donde el padre llegaba bebido del campo y pegaba a su madre, donde la incomprensión, el odio y los malos tratos, reinaban en la casa, y se vio en la obligación de huir. Ella me dice “Mis padres no estuvieron ahí, pero ahora tampoco lo están mis hijos”. Cuidamos también la falta de apego seguro en su infancia, pero como esa deficiencia se ha visto reflejada en sus hijos con sobreprotección, y ahora observamos ese legado y esos valores, de manera positiva.
Este trabajo ha sido muy bonito, porque ayuda a reflejar en la persona todo lo que ha acompañado y apoyado en los éxitos de sus hijos, siendo la protagonista de sus logros, lo cual ayuda a suavizar esa parte de culpa como madre.
La sensación de tristeza y miedo, de ir a visitar a sus hijos, se trabaja con habilidades sociales y exposición, comenzamos a trabajar la asertividad. Por primera vez siente miradas de comprensión y afecto, haciéndola sentir más segura.
Cuidamos, esa parte emocional que “va a ser de mi hijo cuando yo no esté”, lo hacemos desde el presente, desde la mirada atenta, construyendo una nueva realidad juntas.
La activación conductual ha sido también un proceso difícil, por la artrosis que padece, pero hasta el momento los paseos “cortitos” diarios por el barrio han sido nuestros grandes aliados.
El camino recorrido nos lleva al agradecimiento y el perdón.
El cuidado realizado ha sido muy significativo, no solo por establecerse un vínculo agradable, empático y cercano. El éxito de hacer frente a su dependencia emocional, una vez más, radica en su confianza, en sus fortalezas de generosidad, entusiasmo y lealtad y sobre todo en expresar sus “heridas” y experiencias de manera adecuada.
Gracias María.