Cuidadora con la persona a la que cuidaba.

Jamás pensé que me gustaría tanto dedicarme a esta profesión. Recuerdo que hace años me dijeron en una entrevista que valía para la atención al público y que explotara ese potencial.

 

Un día me preguntó un amigo si podía hacerle el favor de cuidar a un paciente en el hospital. Fui aterrada sin saber nada de cuidar a enfermos. Jamás olvidaré la experiencia. En pocos días me di cuenta de que ese era mi sueño. Compartir mi ánimo, mi alegría, una sonrisa con aquellos que están atravesando por enfermedad o ya son mayores.

Aquí empieza mi andadura en este campo, siempre cuidando a personas mayores en sus casas, cada uno de ellos una experiencia diferente, una familia diferente, y en cada uno de ellas yo era parte de esa familia, ya forman parte de ti, de tus recuerdos, conoces cada rincón de sus casas, cada gustos por la comida o por la ropa, te cuentan mil historias y en cada una de ellas te dicen como son.

Yo nunca los abandonaría, pero un día son ellos los que se van, y se va con ellos un pedacito de ti. Nunca los podré olvidar, a ninguno de ellos. Tengo en mi memoria muchas historias.

 

Por nombrar solo una, está “J”. Cuando me hicieron la entrevista para trabajar con este hombre me dijeron que nunca antes había tenido a una cuidadora. Sus hijos no estaban muy seguro de como saldría todo, su padre, viudo, no salía de su casa desde que necesitaba silla de ruedas para hacerlo, le daba vergüenza. Yo sabía que todo iría bien y llegó el primer día.

Un hombre tímido, respetuoso, amable. Tenía problemas de autonomía y tenía que ayudarlo a levantarse de la cama, así que tenía llave para entrar por la mañana. No tardó mucho tiempo en cogerme confianza, hasta sus hijos se sorprendieron en el cambio de actitud de su padre, ahora salíamos a pasear con la silla. Que me decía que nunca había ido al Holea, pues allá que lo llevaba, que me contaba que hacía años que no veía a su hermana que vivía en Ayamonte, allá que iba yo y lo llevaba. Se le llenaba la boca diciéndole a la gente, -mírala, ella no le frena nada, ni los escalones de casa, ni que tenga que coger coche, ni meterme en él, ni conducir-. Estaba feliz de poder hacer cosas que pensó que ya no podría hacer. Cuando oía la llave de la puerta me decía,- ya ha entrado el rayito de sol-.

Un día se fue, y aunque fue penoso, sabía que sus últimos días los disfrutó mucho.

 

Quise formarme para este trabajo a pesar de tener ya más de 45 años, superé las barreras y con esfuerzo y ganas de aprender logré sacarme la titulación. Hice las prácticas en una residencia y ahí me quedé. Yo digo que es mi segunda casa.

Ahora en este tiempo de COVID, mi vida es mi casa y la residencia y a pesar de ello, veo lo monótono que es la vida sin poder salir como una quisiera, más aún para estos abuelos que por obligación están confinados a quedarse sin salir, ni ver a sus familiares, con lo que supone para sus frágiles mentes, que en la mayoría no entiende porqué. Es por ello por lo que decidí pasar con ellos mi tiempo libre después de trabajar. 

Cada día buscaba por internet formas de distraerlos y animarlos, con música para que adivinaran el autor, siempre de su época claro, jugando al bingo, aquí era una abuela ciega la encargada de sacar y gritar “Bola” jajajaja qué ilusión le hacía. También trabajillos manuales, gimnasia...en fin todo lo que estuviera a mi alcance, no me importaba gastar incluso de mi dinero para materiales, luego me lo compensaba el ver sus caras de alegría. Cuándo me veían entrar me decían... -¿hoy qué te toca trabajar o jugar con nosotras?-

 

Me muero con ellas...es una pena que no haya sabido antes cuál era mi vocación. Lo que sí sé es que no quiero hacer otra cosa que cuidarles, mimarles y hacer de sus últimos días de vida en esta tierra los más agradables.