Soy Ana Suárez, madre y cuidadora de una adolescente con gran discapacidad, y he elegido transformar mi vida al amparo de su existencia, circunstancias y compañía.
Este camino, que dura ya 17 años, no ha sido fácil. Tras los diagnósticos, me quedé paralizada por el miedo, impotente por desconocimiento y destrozada ante las condiciones inherentes a sus múltiples patologías. Por eso en ese momento me pareció inteligente, fácil y liberador dejar la responsabilidad sobre la vida de mi hija en manos de terceras personas, sin cuestionar nada.
Hasta que toqué fondo porque ya no podía más.
Entonces decidí que era hora de abrir las alas y transformarme en creadora de esa pequeña porción de la vida en la que yo, como madre, podía influir, para que tuviéramos juntas una vida feliz independientemente de las circunstancias. Desapareció el victimismo y floreció mi verdadero ser, pasando de ser pacientes a “hacientes”.
Ha sido un camino lento pero constante hacia la libertad, la paz y la felicidad utilizando la energía más poderosa: el amor incondicional de una madre.
Cambiar para ser felices independientemente de las circunstancias ha sido una decisión familiar muy importante, pero no hemos estado solos. Por este mágico camino hemos encontrado a muchas personas que, cada una a su manera, están buscando lo mismo que nosotros y, gracias a ellas, hemos visto que existen infinitas posibilidades y que lo mejor es disfrutar mientras transitamos por nuestro propio camino. Cambié desde mi interior, me conecté con la esencia de mi hija, y toda la familia junta creamos desde el amor algo más grande que nosotros mismos: una vida feliz.
Ahora sigo tomando decisiones sobre cosas nuevas, sencillas, sutiles, ajustándome a mis necesidades, capacidades y habilidades, y a las de mi familia, a la vez que me lleno de energía neutral para equilibrar la confusión puntual con la que me sorprende la vida.
A lo largo de los años he podido comprobar que todos esos pequeños cambios continuos, unidos, han mejorado significativamente nuestra calidad de vida.
Seguirán existiendo momentos duros, pero ahora sé que puedo remontar mucho más fácilmente. Sé que puedo desconectar y volver a mi esencia si me desvío. Sé que puedo buscar un lugar tranquilo, dejar ir el estrés y, con la mano en el pecho, sentir ese latido universal que me mantiene unida a la vida. Y sé que hoy puedo abrazar a mi hija y ella a mí como bálsamo para nuestros corazones y envoltura de cariño, suavidad, gratitud, perdón, ternura… manifestándonos nuestro mutuo amor.
El pasado sigue siendo un gran maestro. Recuerdo todas las veces que sacaba fuerzas de la nada para levantarme, que iba a otra terapia más sin ánimo, a otra revisión con el corazón encogido, que me sentía triste, enfadada, confusa, perdida... y aun así seguía adelante.
Pero paré, cogí aire, pedí ayuda y entonces me sentí parte de una energía universal infinita: el amor. Ahora vivo el presente, feliz, cuidando y siendo cuidada por mi familia y creando juntos una vida maravillosa. Porque un diagnóstico no es una vida.
Ahora confío en mis capacidades para alcanzar mis sueños, aceptando la realidad que me ha tocado vivir, pero eligiendo cómo vivirla.
Soy una cuidadora en el siglo XXI que al mismo tiempo ha aprendido a rescatar la sabiduría de las abuelas y su relación con la Madre Tierra. Ahora sé reconocer el valor de los pequeños detalles sobre los que puedo actuar, apreciando mis cualidades, capacidades y dones como madre que dio a luz un ser extraordinario. Antes visualizaba para conseguir sueños, ahora confío en la sabiduría de la vida para conducirme hacia lugares que ni tan siquiera puedo soñar.
Para pasar de oruga a mariposa el primer paso es sentirse libre para cambiar. Todos somos diferentes, aunque iguales, y todos tenemos nuestro propio camino, pero con perseverancia, tenacidad y paciencia, las recompensas son fantásticas: resiliencia, anti-fragilidad, autogénesis y empoderamiento.
Hoy puede ser el mejor día para abrir tus alas si lo deseas. Sal de tu crisálida y empieza a volar. Nos encontraremos de camino a la felicidad.