Madre e hija, protagonistas del relato.

Hace un par de años mamá enfermó a finales del mes de marzo; corría el año 2019 y recién había cumplido 88 años en febrero. De los cinco hijos que vivimos cerca de ella no habíamos notado nada pues aún nos decía que podía vivir sola y eso bastó para nosotros.

Después de la muerte de papá en el 2005 se acostumbró a vivir sola. La ayuda doméstica terminaba su turno a las cuatro de la tarde y de ahí en adelante los hijos pasábamos a verla o salir con ella. La costura y la cocina fueron sus grandes habilidades, así que pasaba muchas horas dedicada a eso, además de la lectura, hacer sopa de letras, la música y el orden, esencial en su casa y en su persona.

 

Un domingo por la noche, que de fortuna aceptó quedarse a pasar la noche en casa de uno de mis hermanos, cuando se alistaba para ponerse el pijama se quedó estática. Pasaron más de cuatro minutos y ella no reaccionaba, es como si le hubiesen encantado con una varita mágica. Mi hermano que estaba con ella para ayudarla se dio cuenta del evento y de inmediato llamó a la cruz roja solicitando su apoyo para valorarla. Ella no recordaba nada de lo sucedido, pero esa misma noche la llevamos al hospital para los estudios pertinentes.

A partir de ese momento jamás volvió a estar sola y ya nada fue igual.

 

Varios infartos cerebrales antiguos salieron a la luz en los estudios además de que seguían sucediendo, y nosotros estábamos más receptivos y atentos a cualquier cambio en su conducta.

Entre un médico internista, un neurólogo, un cardiólogo, hermanos, varias enfermeras, además de familiares y amigos que ya habían vivido algo similar, fuimos aprendiendo poco a poco y paso a paso cómo tratarla. Parecía que el mundo comenzaba a girar en sentido contrario y que daba igual el día que la noche. Nuestras vidas se habían detenido... ¿qué debemos hacer y cómo?

Una mesita de servicio se convirtió en farmacia con un cuadernillo y una pluma listos para llevar un control perfecto de medicamentos nuevos en la vida de mamá.

Cambiamos su cuarto para adaptarlo a sus nuevas necesidades y así evitar algún accidente. A su cama se le puso un barandal del lado que ella dormía para evitar se fuera a caer. Más adelante, ya recuperada, el barandal ha servido para que ella se apoye al sentarse o levantarse de la cama; ha sido un punto de referencia también para reconocer el espacio de su propia cama. Se compró un adaptador para la taza del baño y así ella haría menos esfuerzo en sentarse y levantarse, o lo que es igual, haría menos pesado el trabajo a los que cuidadores. También se colocaron en los dos baños unas barras en la pared dentro y fuera de la regadera para que ella se agarrara de ahí y evitar caerse; tapetes antideslizantes, silla para bañarla, una silla de escritorio donde la sentábamos y era muy fácil moverla dentro de casa y también una silla de ruedas, que nos fue regalada por unos amigos, para las salidas especiales.

Comenzó a perder mucho peso, era de esperarse; de 54 kilos hasta llegar hoy a los 37 kilos.

 

2019 fue un año muy difícil y la vida cambió para todos, pero sobre todo para ella. La comprensión fue la virtud salvadora.

Gracias a la persistencia y tenacidad de mi hermana la psicóloga, mamá pudo recuperarse casi al cien. Se mudó a vivir con ella, el tiempo necesario, para ayudarla en todo lo que fuese necesario. Esa terapia de movimientos cada mañana fueron clave para su recuperación.

La seguridad, la atención médica, los medicamentos, los alimentos fueron tema importante que atendimos, pero lo más importante que debo resaltar, fue siempre estar con ella en los momentos más difíciles demostrándole amor y, hoy, seguir acompañándola amorosamente en este hermoso paso llamado vida.