Persona mayor, posiblemente en la que se inspire el relato.

Leí una vez en las redes sociales que “el orden de los recuerdos no altera el olvido”.

Quiero compartir mis desordenados recuerdos, no sólo para que conozcáis mi experiencia en esta Pandemia como trabajadora en una Residencia de Ancianos, sino como terapia personal y transferible del interior de mi ser al papel.

 

Hoy vuelvo hacia atrás y recuerdo.

Recuerdo el día anterior al cierre del Centro y los adioses sin fecha de caducidad. El trasiego de hijos, nietas, cuidadores externos o amigos de los de toda la vida. Frases dispares sonando por cada esquina: Te veo pronto. Cuídate. Come mucho. Carga el teléfono móvil que esta noche te llamo. Te quiero mamá. Y el silencio externo nos envolvió.

 

Recuerdo la oscuridad que aportaban los días grises, fríos, lluviosos en concordancia con el metal de los coches fúnebres que siempre aguardaban a cualquier hora en la puerta de entrada. Esa puerta que había que traspasar hacia un miedo nacido de la ignorancia.

El olor a lejía inundando cualquier rincón del edificio y de nuestra piel. Los plásticos acumulando el sudor del esfuerzo. Esa humedad que calaba, no sólo en el ambiente, también en el alma. Recuerdo las llamadas y videollamadas con los familiares de nuestros Residentes, comunicación angustiada y calmada a partes iguales, que ocupaban muchos minutos y horas. Y no poder dar esperanzas porque lo que un día sumaba, al instante después la vida te lo arrebataba.

Recuerdo la paciencia y la entereza de nuestros Mayores al comparar la Pandemia con una Guerra. Siempre ganaba en sufrimiento la segunda de las opciones. Por lo menos tenemos techo, comida, estamos calientes y limpios. No, esto no es una Guerra, vivir eso sí fue una verdadera desgracia. Y entonces reafirmar que la sabiduría y la experiencia, efectivamente, la dan los años.

 

Recuerdo el esfuerzo de cada uno de mis compañeros por hacer su trabajo con profesionalidad y añadir, a sus tareas cotidianas, maravillosos instantes de alegría y buen humor. Yo soy la Animadora, pero ellos acompañaron en cada uno de los momentos en lo que sonaba mi guitarra arrancándose con cualquier canción, por poner un ejemplo.

Recuerdo instantáneas, mensajes, muestras de cariño, una mano acompañando a otra, miradas despidiéndose, últimos alientos, impotencia, rabia, dolor, lágrimas. Todo se mezclaba como en una mala pesadilla y seguías, mecánicamente, por pura supervivencia.

 

Recuerdo las mañanas que iba caminando al trabajo, con el salvoconducto bajo el brazo, sólo por respirar el aire que a todos nos faltaba. Me sentía afortunada. Yo no tenía que vivir un encierro obligado. Seguía trabajando. Pero llegaba la noche y la angustia se apoderaba del centro de mi pecho y la respiración se volvía pesada y lenta. La única solución era tumbarse en la cama y reconocer que, pese a no haber tenido nunca una crisis de ansiedad había llegado la hora y debía recuperar el ritmo interior para poder descansar un poco.

Recuerdo las muestras de cariño de infinidad de personas, el aliento de la familia en la distancia, la perseverancia de las amigas por mantener un contacto telefónico que a mí me costaba horrores porque explicar lo que sentía era imposible con palabras. Recuerdo contar y dejar de hacerlo. Cuando ya no te quedan dedos en las manos para enumerar partidas ya sólo queda asumir que has visto más despedidas de las que nunca habrías imaginado. Recuerdo aprender a reforzar la sonrisa con la mirada y a potenciar el lenguaje corporal entre tantas capas (las visibles y las que no lo eran).

 

Recuerdo el pinchazo de la vacuna como la primera vez que me dieron un beso. El nerviosismo y desconocimiento se mezclan con la esperanza y el alivio. Tocaba hacerlo, como ese primer beso, sin plantearse demasiadas dudas ni preguntas.

 

Han pasado los meses y ha arañado todo tanto que costará reconstruirnos, pero como dice Eduardo Galeano: “Somos hijos de los días porque cada día tiene una historia y nosotros somos las historias que vivimos”. Esta es la mía. Sigo creando y viviendo historias. Soy afortunada. Y recuerdo, deliberada o inconscientemente, recuerdo…