Sin percibir que esos pequeños despistes pudieran anticipar la mayor lección de mi vida, me vi como raptada en un proceso de maduración acelerado, que no ausente de dolor, me lleva a considerar lo frágil que significa estar viva.

Transcurso de un día a día de infructuosa lógica, donde todo es distinto, ya no coincide la suma, su reloj se ha detenido, solo el instante recuerda y al minuto solo le queda el olvido. Pero sí conmemora el gesto de una caricia, de un beso, de una sonrisa. Desconcierta su mirada cuando a mis ojos mira, una mirada que perfora la mía y parece que con ella me pregunta ¿me comprendes ahora?

Ella sabe quién le cuida y a quien preguntar por esto y aquello que desaparece, no solo donde lo guardo, sino que es lo que buscaba. Desespera la conciencia que le surge por momentos, gritando desesperada ¡qué es lo que me está ocurriendo!

 

Mi vida quedó atrapada, demoliendo mis proyectos, a que me estaba enfrentando ¡no se si podré con esto!, pero nunca pregunte por qué, era tanto el sufrimiento que he visto en los familiares de otros muchos aquejados, de esta enfermedad oscura, que te consume por dentro.

El Alzheimer, me sitúa en lo opuesto de lo que antes sabia, ahora sé que no todo me valía, que me sobran muchas cosas y que, si mis proyectos se van, es porque ya no me servían.

 

Cuando hoy cierro mis ojos y me varo en el silencio, aparecen las respuestas sin palabras, sin discursos ni consejos, se me detienen las prisas, y solo me brota el deseo, de caminar despacio junto a ti en tus paseos, de recuerdos disipados y de presentes fugaces.

Aun así, me perturba sentirme descubierta cuando la miro, pues en ella yo me veo, llevándome a gemir mis mentiras y cantándome mis verdades.

 

Me dejo llevar, sin estar enamorada, con valentía para acompañar sus pasos y con los ojos cerrados a donde el corazón me incline, sin hacer mucho ruido y sin romperme en pedazos.