Han pasado dos largos años desde la partida física de mi madre y no hay día en que no la recuerde.

Ya no lloro al hablar de ella, trato de recordar los momentos más felices juntas.

 

Mi madre fue, es y será siempre la mejor del mundo, quien cuidó y protegió a sus hijos como leona, fue una mujer maravillosa con un corazón noble y genuino, dio todo a su prójimo sin pedir nada a cambio.

 

¡Fuiste grande madre!

 

Dejó un legado maravilloso, hijos respetuosos, amorosos y comprometidos en sus labores. Hoy, hago un pequeño reencuentro de lo vivido con mi madre y el Alzheimer durante más de una década para mostrarle a otras personas que con amor, dedicación, paciencia inagotable y mucha fortaleza espiritual todo se puede, aunque parezca que no.

 

Con la llegada del Alzheimer y el pasar de los años mi madre se convirtió en mi hija, le di lo mejor de mí, quise que sus últimos días en este mundo, no sufriera tanto. Fueron momentos muy duros y difíciles, en todos los aspectos, muchas veces me pregunté ¿por qué a ella?, ¿por qué a nosotros?, pero comprendí que Dios sabe lo que hace y no hay prueba que le ponga a sus hijos que no puedan superar.

 

En el mundo del Alzheimer, como en el de cualquier enfermedad degenerativa, aprendes a convivir con él, en mi caso con el ladrón de los recuerdos. Cuando a mi madre le diagnosticaron el Mal de Alzheimer fue un golpe muy duro para toda la familia, una batalla que comenzó a una edad muy temprana, ella tenía 58 años y nosotros éramos unos adolescentes. Nos tocó documentarnos, saber qué era el Alzheimer y cómo vivir con él, fueron años muy duros pero la organización ayudó en esta batalla. Los primeros años todo era tranquilo una vida normal pero con cuidados, un par de años más adelante la situación se tornó más compleja, mi madre perdió la visión y poco a poco su actividad motora e intelectual ya no era la misma, era una persona dependiente en todos los aspectos, quedó inevitablemente en cama, era nuestra hija.

 

La conexión que se creó entre ambas fue tanta que solo al verla sabía que tenía, yo era un detector de sus dolencias, ella escuchaba mi voz y me buscaba, le solía decir "buenos días, mi Manuelita, aquí está tu hija la más bonita", sus ojitos se abrían, trataba de hablar pero sus palabras no salían, algunas lágrimas brotaban de sus ojitos, revivir esos momentos es muy difícil, aunque aprendí mucho. El sufrimiento de ella fue mío, yo solía hacerle todo para que estuviese tranquila, le daba su comida, le aseaba, le hacia curas de alguna escara que siempre salía por más que no queríamos, cambio de sondas urinarias cada 8 o 10 días, le cortaba su cabello, siempre le hablaba le decía cuanto la amaba, mi vida giro en torno a ella.

 

El 14 de abril del 2017 a las 8:00 am, después de casi 12 años viviendo con el ladrón de los recuerdos, mi madre fallece en mis brazos de un paro respiratorio, muere en casa, rodeada de sus hijos y nietos, mi corazón se quebró y su olor quedo impregnado en mi alma.

 

La amo y la amaré el resto de mi vida, su luz brilla eternamente en mi corazón. 

 

Quiero que sepan que por más dura que parezca la prueba no te rindas. Vivir esta experiencia te prepara para toda la vida, te llena de coraje, fuerza, de paciencia, empatía, ganas de ayudar a quien lo necesite. Tu vida y tu visión del mundo cambia para siempre, al final sentirás que no hay obstáculo que no puedas superar y aunque no hay cura para el Alzheimer, nosotras encontramos la mejor para ese ser amado y es el AMOR.

 

Tu papel en este mundo apenas comienza, confía.

 

Creo en Dios fervientemente y oro porque el resto de la humanidad sea más sensible y solidario con su semejante.

 

Éxodo 20:12

Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días sean prolongados en la tierra que el SEÑOR tu Dios te da.