Poner un título a un trabajo que defina lo que supone dedicar unas horas al día de mi vida, ya sean 8, 10, o 24 horas al cuidado de mis padres. (Ellos cuidaron mucho más tiempo de mí.) Sólo es eso. Un título. Como el que me acredita como Técnico en Cuidados Auxiliares de Enfermería.
Aunque mis primeros estudios no tienen nada que ver con ser cuidadora ya que mi formación era plenamente musical. Mi formación como cuidadora empezó ya con casi cuarenta años y motivada por la evolución de las enfermedades de mis padres, yo me daba cuenta que cada vez iban siendo más mayores y dependían de alguien que les ayudara en sus tareas diarias.
Mi padre tenía Parkinson y su día a día cada vez era más difícil. El siempre había sido un gran aficionado al ciclismo y siguió montando en bici hasta casi los ochenta años, que fue cuando le diagnosticaron su enfermedad. Participó en infinidad de pruebas ciclistas en las que casi siempre quedaba como primer o segundo en las clasificaciones, así que verse tan limitado en sus movimientos le fue apagando la ilusión de vivir.
Mi madre tenía Alzhéimer y mi padre cuidó de ella mientras pudo.
Vivir en un pueblo pequeño conlleva tener menos recursos asistenciales, pero eso no me iba a frenar para que a mis padres estuviesen bien cuidados y no les faltara de nada.
Trabajar en residencias de mayores durante un tiempo me ayudó a formarme como cuidadora y a comprender mejor que este era el trabajo que yo quería ejercer. Lo que me llevó a crear una empresa de servicios sociosanitarios con unas amigas que habían estudiado Terapia Ocupacional. Así que nos juntamos en esta aventura para poder gestionar un Centro de Día en mi pueblo, especializado en enfermedades neurodegenerativas.
Esta aventura dio comienzo en el mes de abril de 2019 y todo iba bastante bien, mis padres estaban muy contentos de tener un sitio donde poder ir todos los días, socializar con otras personas y recibir terapias. Y yo más contenta aún si cabe ya que tenía trabajo en mi pueblo, daba trabajo a otras siete personas y además mis padres estaban perfectamente bien atendidos. Pero…. ¡¡¡¡HORROR!!!! Llegó el 14 de marzo de 2020 y con ello el maldito COVID-19.
Una fecha que marcará un antes y un después en la vida de todos nosotros. Para mis padres y para mí fue un jarro de agua fría cuando me comunican que tenemos que cerrar en Centro de Día.
Mi padre me decía: -Nos han quitado la única diversión que nos quedaba.
Yo le contestaba: -Serán solo unos días.
Pero los días pasaban y la situación no mejoraba, yo trataba de darles ánimos y nos pasábamos los días haciendo algunas terapias cognitivas, crucigramas, sopas de letras, veíamos fotos, otros ratos gimnasia y muchas veces me llevaba el acordeón y les tocaba las canciones de los talleres de musicoterapia que yo hacía en el Centro.
A los pocos días de cerrar el Centro de Día me llamaron para trabajar en el hospital y allí que me fui. Por suerte mi hermana podía hacerse cargo de mis padres cuando yo estaba trabajando y así fueron pasando los meses y el deterioro de mi madre fue a más y a lo que se le sumó a mi padre un sarcoma facial, un tumor de próstata y por si fuera poco le diagnostican leucemia en octubre de 2021.
Por fin pudimos abrir de nuevo el Centro de Día y se empezó a ver un poco de luz al final del túnel.
Mi madre apenas podía, ni quería, participar en las actividades que proponíamos, se negaba a comer y beber y mi padre estaba muy limitado en sus movimientos, apenas podían comer solos y dependían totalmente de mis cuidados, lo único que los animaba un poco eran los talleres de musicoterapia. Se les iluminaba la mirada cuando me veían que llegaba con el acordeón y empezaba a sonar la música.
Desgraciadamente mi padre fallece el 22 de diciembre 2021 con 84 años y mi madre el 21 de mayo de 2022 con 88 años, solamente cinco meses después.
Yo a día de hoy continúo trabajando en el Centro de Día rodeada de mis “abuelillos” y sabiendo que este trabajo es el que más me reconforta con solo una mirada de agradecimiento por parte de ellos.
GRACIAS.