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Me llamo Luz Andrea y cada día despierto con una misión clara: cuidar a mi madre, María Vicenta. Tiene 70 años y sufrió un infarto cerebral que cambió su vida —la mía y la familiar— para siempre.
Su movilidad es reducida, su lado derecho está paralizado y no puede hablar. Además, depende de oxígeno, sufre de ansiedad y depresión, una carga emocional tan pesada como las secuelas físicas que la mantienen postrada.
Desde que mamá enfermó, supe que no podía ser solo su hija; tenía que convertirme en su cuidadora. Pero cuidar a alguien en su situación va más allá del cariño o la buena voluntad. Necesitaba saber atenderla, así que decidí capacitarme. Hice cursos sobre el cuidado de personas con discapacidad y enfermos crónicos. Aprendí sobre higiene personal, administración de medicamentos, manejo de emociones, etc. Quería estar preparada para darle la mejor calidad de vida posible, porque ella lo merece.
Un día comienza así: entro a su habitación, abro las cortinas y le hablo con calma. “Buenos días, mamá.”, le digo mientras acaricio suavemente su mano. A veces responde con una mirada cansada, pero sé que me escucha. Esto es importante para ella; mantenerla orientada y conectada con la realidad ayuda a que no se pierda en el tiempo.
Después, empieza la rutina de cuidados. Lo primero, tomar sus signos vitales: tensión arterial, temperatura y saturación de oxígeno. Esto lo aprendí en los cursos, y sé lo crucial que es para controlar su salud. Todo lo registro entre tres y cinco veces al día para asegurarme de que esté estable. Luego, vienen los medicamentos. Tiene una lista larga: hipertensión, dolor crónico por artrosis, glaucoma… No es fácil, pero todo está perfectamente organizado.
Luego, llega el momento de su aseo. Cambio su pañal con frecuencia. Algunos días la baño en cama, otros en ducha, dependiendo de su ánimo. No solo se trata de limpiar su cuerpo, sino de mantener su piel hidratada, para evitar escaras. Todo lo hago con amor, pero también con técnica para no causarle daño o molestias.
Mi madre no solo requiere cuidados físicos; su salud emocional también es una prioridad. La depresión y la ansiedad son enemigos silenciosos que a veces parecen más difíciles de combatir que las complicaciones físicas. Hay días en los que se niega a hacer las terapias o moverse y la tristeza se apodera de ella. Es en esos momentos cuando más necesito aplicar lo que he aprendido: paciencia, empatía y flexibilidad. Así que optamos por hacer algo que le gusta como ver TV o cantar.
He aprendido a reconocer los pequeños avances que son GRANDES TRIUNFOS para ella y para nuestra familia. Hace un tiempo, mi mamá empezó a intentar comer con la mano izquierda, su única mano funcional. Sostiene el tenedor con esfuerzo, y aunque es difícil para ella, lo intenta. Cada vez que lo hace, me siento orgullosa, porque sé cuánto esfuerzo le cuesta.
Las terapias físicas y ocupacionales son una parte esencial para la rehabilitación y replicamos los ejercicios cada día. Sé que es agotador para ella, pero cada pequeño paso que da es una ¡VICTORIA! Algunas veces me frustro o me desbordo por la cantidad de tareas, pero me calmo y la miro y recuerdo por qué hago todo esto.
También hacemos videollamadas con familiares que viven lejos, y sé que eso le da paz. Antes de dormir, tenemos nuestro ritual: le hablo sobre cómo nos fue a cada uno de la familia y compartimos esos minutos de calma. Aunque a veces no responde, su mirada lo dice todo.
En los últimos años, me he convertido no solo en cuidadora, sino en una especie de especialista en su bienestar. Los cursos me han dado las herramientas para enfrentar los desafíos de manera más segura y efectiva. Pero lo que realmente me impulsa es el amor que siento por mi mamá. Ella me dio todo cuando yo era pequeña, y ahora es mi turno de devolverle un poco de ese cuidado, de esa dedicación.
Su recuperación total es imposible, pero cada día que pasa me esfuerzo por hacer su vida lo más digna y feliz posible. Cuidar de ella ha sido un desafío enorme, pero también una oportunidad de crecer y aprender. Lo que más me enorgullece es saber que, a pesar de sus limitaciones, seguimos compartiendo momentos importantes. No importa cuánto tiempo pase o lo difícil que sea la situación, yo estaré aquí, para ella, siempre.