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Mi vocación como cuidadora comenzó desde muy temprana edad. Siempre me había llamado la atención el ayudar a las personas que requerían unas manos para poder valerse.
Desde mi infancia he crecido rodeada de mujeres fuertes que han dedicado su vida al cuidado de sus hijos, de sus padres etc.
En mi familia he aprendido que el acto de cuidar viene desde el corazón, desde lo más profundo de tu alma y que al hacerlo con amor multiplicas mágicamente la mejoría de las personas que están a tu lado.
Mi andadura en esta profesión me está convirtiendo en una mujer cada vez más humana, empática y resiliente. Todas las vivencias que veo día a día en mi actual puesto de trabajo me demuestran que el ser humano tiene una capacidad increíble para superar y sobrellevar el dolor propio y ajeno.
Todo comenzó con una llamada de teléfono en plena pandemia. Necesitaban auxiliares con urgencia en la residencia ya que prácticamente todo su personal y residentes tenían el COVID.
No lo pensé ni un segundo. Mi respuesta fue: claro que voy a trabajar y dónde haga falta.
Las primeras semanas trabajando en la residencia fueron caóticas. Llegamos allí sin saber nada de la organización y sin conocer a los residentes. Ataviadas con toda la protección requerida que nos causó irritaciones, sarpullidos, picores.
Nos encontramos con un panorama desolador. Había mucha incertidumbre, miedo a lo desconocido. A todo esto se sumaba nuestra preocupación por nuestros familiares al no querer contagiarlos de COVID.
El ser humano como un camaleón tiene esa capacidad de adaptarse a las situaciones y esta pandemia ha sido una gran prueba para ello.
Fueron pasando los días y los meses y allí seguíamos luchando por ellos.
Nuestra fuerza de voluntad y amor por el prójimo nos ayudaron a sobrellevar todas las secuelas de este virus. Muerte, desesperación, incomunicación, aislamiento.
Para mí uno de los días más emocionantes en la residencia fue cuando nos dijeron que ya podíamos quitarnos las mascarillas y que los residentes pudieran ver nuestras caras por completo. Muchos de ellos no nos reconocían. Una sensación de libertad me embriagó. El poder enseñar tu sonrisa, ese arma tan poderosa que tenemos que puede cambiar la vida de una persona en un mini segundo.
En nuestro día a día hay muchos detalles que dejamos pasar. No valoramos las pequeñas cosas de la vida que son las que realmente nos hacen ser humanos y que nuestra vida tenga un sentido. Un buenos días con una sonrisa, un cuídate mucho, una mano sobre el hombro, un abrazo.
Desde entonces, decidí que pase lo que pase, siempre tendré una sonrisa, una palabra amable, con todas las personas que tengan contacto visual conmigo.
Somos lo que hacemos y lo que damos al mundo.
Ahora, después de vivir esta experiencia, soy una mujer totalmente diferente que ha aprendido a vivir el presente. A valorar cada instante vivido con estos seres que han luchado toda su vida por nuestros derechos. Gracias a ellos, hoy vivimos más dignamente.
Se merecen que buenas profesionales los atiendan y les den una calidad de vida hasta sus últimos días.
Algo que me encanta hacer es cuidar de ellos en sus últimos momentos, darles los cuidados paliativos necesarios, de confort y transmitirles esa paz y tranquilidad que necesitan para su viaje. Creo que es muy importante el cariño y el amor en esta etapa.
Al hacerlo me siento muy en paz con estas personas y siento que las he ayudado en esta transición.
Ayudando a ellos me estoy ayudando a mí misma a quererme, valorarme y darme cuenta que esta vida es la que tenemos ahora mismo y nosotros decidimos cómo vivirla y qué hacer cada día para dejar huellas bonitas tras nuestro paso.
Abrir los ojos por la mañana y pensar, estoy vivo, tengo la oportunidad de ser mi mejor versión y de dar al resto del mundo amor, compasión, cariño…
Cuidar es un acto de amor que ayuda a los demás pero también te ayuda a ti a crecer como persona cada día.
Personalmente a mí me ha ayudado a tener un propósito en la vida, una misión y sentirme útil en este mundo en el que a veces, la vida, nos hace plantearnos para qué hemos venido.
Cuidar, dar lo mejor de ti sin esperar nada a cambio es el mayor acto de amor que puede hacer una persona.
Con el pasar de los años y las experiencias vividas tengo muy claro que esta profesión es de las más bonitas que existen.
Cuidando, me cuido.