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Entereza…

Lo conocía bien… Muy bien.

Había sido su discípulo durante mi formación profesional. De hecho, fue de esos profesores diferentesde esos que marcan y a los que todos con cariño y respeto llaman ''Profe'', pero muchos van más allá calificándolos de ''Maestro''.

Hacía un par de semanas que no se le veía en el hospital y todos en su servicio notaban la ausencia mientras comentaban que estaba indispuesto.

Y hoy timbraba mi móvil. Él me llamaba.

- Creo que te necesitaré… Me siento enfermo y tengo cita con Kiko.-

El comentario, viniendo de dónde venía, me alarmó. Y su voz algo denotaba.

- Claro maestro, hágame saber el día y la hora. Allí estaré…-

- Trae un sillón de ruedas.-

Y tras una pausa añadió:

- Así estoy. Pero no temas, me siento entero.

Es tu entereza de siempre, maestro querido, pensé yo…-

48 horas después lo llevé ante el Dr. Hernández, más conocido por ''Kiko'', un excelente amigo e imagenólogo. De esos que tienen el don de combinar clínica, experiencia y buen carácter.

- Veamos ''viejo''.-

Así cariñosamente le decían al profesor Marcos los más allegados.

- ¿Qué te traes?-

Entramos al recinto de ultrasonografía y asistí a pasar de la silla al lecho a un muy debilitado paciente, mientras Kiko calibraba su equipo.

- Viejo, el gel está un poco frío...-

- Empieza ya y no jorobes más, bromó el Profe.-

Un par de minutos después estaba todo claro para los tres en el recinto. Un tumor en la cola del páncreas. Y no tenía sentido, para Kiko, ni para nadie, disfrazar la noticia. El paciente era un respetadísimo profesor de cirugía.

- Lo que me enseñas es inoperable, colega. Eso en la suprarrenal parece ser una metástasis, comentó el Profe mientras observaba la imagen fija en el monitor.-

Y en la cara de Kiko pude ver una triste afirmación.

- Bien… Estoy bien, dijo mirándome a los ojos, en un intento de componer mi cara y ánimo, mientras trataba yo de componer su ropa.-

Es tu entereza, maestro querido…  Pensé de nuevo yo.

Voluntad…

- Yo me lo imaginaba… Los síntomas eran muy de eso, me dijo de regreso a casa. Orlando, necesitaré tu ayuda en lo adelante. Me consta que eres bueno en esto y seré cada vez más dependiente.

- Mejorará maestro…- Balbuceé yo en un intento de infundir energías.

- Sí, claro…-

Y pude notar cierta ironía en su voz y en la expresión de su rostro.

- ¿Tú ves?… eres bueno en esto. Y ya en serio… Tengo que asimilar el golpe y después cumplir con algunas cosas pendientes… ¿Me ayudarías?-

Y mientras asentía, no pude quedar más asombrado por la voluntad de ese hombre. ¿Qué hacía él pensando en algo más allá de…?

Dedicación...

Y durante tres meses asistí al progresivo y triste deterioro del profe. Me enorgullece decir que estuve con él hasta el final. Lo vestí y calcé, lo sostuve al caminar y más de una vez lo tuve entre mis brazos. Lo asistí al comer y en el aseo. Lo trasladé en autos, sillas y camillas a citas médicas y clínicas. Lo acompañé en jornadas de pinchazos y desvelos. Lo mediqué cuando el dolor empezó a golpearlo. Alegré su espíritu en conversaciones de horas y horas, en las que se hizo aún más grande ante mí. Tan grande, que me quedó el sinsabor de no haber bebido más de su sabiduría y templanza. Lamenté, entonces y hasta hoy, no haber disfrutado más de su compañía.

Y lo ayudé a cumplir con aquellas cosas pendientes. Empeñarse en ello en aquel momento de su vida, me dibujó nítidamente y para siempre, la estatura e integridad de un hombre virtuoso. Lo acompañé a su última clase de ‘'Abdomen Agudo'', ante un auditorio repleto de tristes y conmovidos estudiantes. Lo asistí a concluir a tres manos el trabajo de terminación de residencia de Salvador, su discípulo menos aventajado. Y pude ver el orgullo y sosiego reflejados en su rostro, en aquel acto en el aula magna de la universidad, mientras le concedían el Premio Anual por su Tesis Doctoral en Ciencias Médicas.

Y en aquel lugar y momento me balbuceó sonriente… ''Ya puedo irme tranquilo''.

Y tal como él esperaba y yo deseaba, estuve a su lado hasta aquella madrugada de abril…