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Ser cuidadora es una experiencia única que al menos una vez hay que vivir, combina el atender a una persona con el privilegio de ofrecerle compañía. Mi trabajo con Berta ha sido clave para darme cuenta de la cantidad de personas que se sienten en soledad. Se trata de una señora mayor que pasa gran parte del día sola, me ha enseñado mucho acerca de la importancia de intentar brindar ayuda a las personas. A ella la conocí ya que soy voluntaria de una asociación de ayuda a personas dependientes en Canarias.
Berta es una mujer de ochenta años, es muy simpática, pero en muchas ocasiones su mirada posee tristeza. Su hija mayor, que es la única familia cercana, ya que su familia restante está́ en Venezuela, sale a trabajar durante el día, dejándola sola en casa. Esta situación la ha hecho sentirse cada vez más aislada y, como si eso no fuera suficiente, su vista ha comenzado a deteriorarse rápidamente. Está al borde de quedarse ciega, lo que ha incrementado aún más su sentimiento de no querer salir de casa.
Cuando empecé a trabajar con Berta, noté de inmediato lo mucho que necesitaba no solo ayuda física, sino también compañía. No quería que me limitara a las tareas cotidianas como ayudarla a salir de la cama o acompañarla al baño; lo que realmente necesitaba era alguien con quien hablar, alguien que pudiera compartir un poco de su tiempo y escucharla. Todos los días, llego a su casa por la mañana. Ella siempre está despierta, sentada en su sillón, esperando impacientemente mi visita. Me recibe siempre con una sonrisa. Después de charlar, la ayudo a salir a la calle. Aunque caminar se ha vuelto más difícil para ella, ya que además de tener la vista debilitada, tiene Parkinson, pero ella se esfuerza por hacerlo, sabiendo que esos momentos al aire libre le hacen dejar de sentirse mal. Después de nuestro paseo, regresamos a su casa, y generalmente pasamos el resto de la mañana viendo alguna película.
Aunque su vista no le permite disfrutar de las imágenes como antes, le gusta pasar un buen rato viendo películas de comedia. Este simple acto de compartir una película se ha convertido en uno de nuestros momentos más importantes, ya que nos permite escapar juntas de la realidad, porque sí, estar con ella también me hace sentirme bien a mí. Una de las cosas que más me sorprende de Berta es su gran generosidad. A pesar de su situación, siempre quiere invitarme a comer o simplemente tomar un café.
Al principio, me sentía un poco incómoda aceptando. Pero pronto me di cuenta de que, para ella, compartir una comida no era solo un acto de educación sino una forma de expresar su agradecimiento. Así que ahora, cuando me invita, acepto con gusto. A lo largo del tiempo que he pasado con Berta, he aprendido que ser cuidadora no se trata solo de asistir en las necesidades físicas de una persona. También implica estar presente, ofrecer compañía, y dar a la otra persona la oportunidad de sentirse escuchada y valorada. Ella me ha enseñado que, a veces, lo que más necesita una persona no es un medicamento o una ayuda técnica, sino alguien que esté ahí, dispuesto a escuchar y a compartir un poco de su tiempo.
Mi experiencia con Berta me ha recordado la importancia de la humanidad en el cuidado. En un mundo donde muchas personas mayores se sienten solas y olvidadas, la simple presencia de alguien que se preocupa puede marcar una gran diferencia para ellas. Al fin y al cabo, sé que Berta me espera con ilusión, no solo por la ayuda que le brindo, sino por la compañía que le ofrezco. Y eso, para mí, es la mayor recompensa de todas.