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En una ciudad llamada Salamanca, la vida de mi familia dio un vuelco inesperado cuando mi padre falleció por una enfermedad larga, dejando a mi madre, Clementina, al cuidado de sus tres hijos entre ellos Pilar, la que narra este relato, de tan sólo 16 años. Con valentía y determinación, asumió el desafío de sacar adelante a su familia.
Trabajó incansable día y noche, para superar esta situación. Aunque el dolor de la pérdida nunca desapareció del todo, el amor por sus hijos fue su motor. Sin embargo, cuando finalmente llegó el momento de jubilarse, se vio abrumada por una profunda depresión. La carga del duelo y las responsabilidades acumuladas durante años la llevaron al borde del abismo.
Viendo como mi madre se desmoronaba, me negué a que la oscuridad la consumiera. Con la determinación y el coraje que había aprendido de ella, decidí que no dejaría que se rindiera ante la depresión. Había llegado el momento de actuar, mi madre se sumergía cada día más, en esa oscura nube de la depresión, y yo estaba decidida a sacarla de allí, aunque no sabía por dónde comenzar debido a los desafíos planteados por la pandemia de COVID-19. Fueron pequeños gestos, como comprarla cada día una rosa o prepararla su comida preferida. Pero pronto me di cuenta de que necesitaba algo más que simples detalles para sacarla de ese abismo.
Decidí investigar y encontré actividades físicas y creativas que podían ser una herramienta poderosa contra la depresión. Sin dudarlo, organice sesiones de pintura y clases de cocina juntas. Al principio mostraba poco interés, pero persistí, animándola suavemente a participar. Uno de los ejercicios que más impacto tuvo, fue que cada noche, antes de dormir escribíamos un diario de gratitud, consistía en sentarnos juntas y anotábamos tres cosas por las que estar agradecidas ese día. Al principio, mi madre le costaba encontrar algo positivo que mencionar, pero con el tiempo empezó a reconocer las pequeñas alegrías que antes pasaban desapercibidas.
También introdujimos la meditación y la respiración en nuestra vida. Pasábamos unos minutos al día simplemente respirando y concentrándonos en el momento presente, lo que nos ayudaba a calmar nuestras mentes.
Fue un proceso lento y lleno de altibajos, hubo días que retrocedía y la sombra de la depresión parecía envolverla aún más, pero nunca me di por vencida.
Y poco a poco, vimos cambios, mi madre empezó a sonreír con más frecuencia, a interesarse por las actividades que antes la apasionaban, e incluso hacer planes de futuro.
Finalmente, un día me miró con los ojos brillantes, y dijo que se sentía mejor que en mucho tiempo atrás.
Formar parte de su recuperación fue la mayor recompensa que podría haber imaginado. Juntas, superamos la oscuridad y emergimos más fuertes que nunca.
Después de ese momento de realización, decidimos ampliar actividades juntas, explorando nuevos hobbies y aventuras que nos permitirían seguir creciendo y fortaleciendo nuestro vínculo, en el momento que se pudo salir a la calle, nos inscribimos a clases de yoga, fuimos a acupuntura y a quiromasajes, esto ayudó a reducir el estrés y la ansiedad y proporciono herramientas para manejar los desafíos diarios. También buscamos la ayuda de un profesional de la salud mental. Aunque al principio era reacia a la idea de terapia, finalmente accedió a probarlo. A través de sesiones regulares de terapia, pudo explorar sus pensamientos y emociones más profundas.
Con el tiempo, mi madre recuperó su pasión por la vida y su energía vital. Ya no era la misma persona que estaba atrapada en la oscuridad de la depresión. Se había transformado en alguien más fuerte.
Su viaje no fue fácil, pero cada paso que dimos juntas nos acercó un poco más a la luz del final del túnel. Y aunque la depresión nunca desaparece por completo, aprendimos a manejarla juntas, apoyándonos mutuamente en los momentos difíciles y celebrando los momentos de alegría y crecimiento.
A medida que avanzábamos en nuestro viaje de recuperación, nos dimos cuenta de la importancia de mantener una red de apoyo sólida, comenzó a conectar con amigos y familiares a través de llamadas y videollamadas, compartiendo su experiencia y buscando el apoyo de quienes la querían. Hablar abiertamente sobre su lucha contra la depresión le permitió sentirse menos sola y más comprendida, recordó que no estaba sola en este camino.
Hoy, mi madre CLEMENTINA vive una vida plena y feliz. Siguen avanzando y embarcando en un nuevo capítulo de nuestras vidas.